domingo, 29 de diciembre de 2013

Perfume. Capítulo 24

El beso dura varios segundos. Sus manos han ido repasando mi cuerpo, una por delante y otra por detrás. Me aprieta una nalga, desliza sus labios por mi mejilla izquierda, llegando a mi cuello, lo explora en todas sus partes. Noto el calor de su aliento rodando por mi nuca, apenas me toca., Ssu mano masajea mi cabeza por detrás, cierro los ojos de placer. Me gusta que tome la iniciativa, pero es la mujer que me ha gustado más en años y debo intentar sorprenderla. Abro los ojos, agarro su pelo delicadamente y tiro de él; su cara se queda mirando hacia el techo, su cuello se esculpe delante de mí, tentador, esbelto, pidiendo a gritos ser lamido, lo hago, lentamente, con delicadeza., Ssu mano aprieta mi nuca, sigue masajeando esa zona. Sin parar, le quito el abrigo, ella hace ademán para que me sea más fácil hacerlo. El abrigo cae al suelo, detrás de sus pies. Me separo, la miro, sonrío. Me devuelve la sonrisa, acaricia mi cara, después mi pelo, por el costado. Intenta tomar la iniciativa de nuevo, me besa, apretándose contra mí. Los dos peleamos por dominar al otro, la compenetración es perfecta. Besa mejor de lo que podía imaginar. Hace un gesto de quitarme la americana, la ayudo; cae al suelo, como su abrigo. Lea cojo en brazos,, pasa su brazo por detrás de mi cuellose agarra con su brazo a mi cuello., Nno deja de beesarme mientras la llevo hacia la habitación. Abro la puerta de una patada, entro de costado, con ella en brazos. La dejo caer en la cama despacio, ella se acomoda, frota sus piernas y estira sus brazos a lo largo de la cama, por encima de su cabeza. Me tumbo a su lado, de costado, apoyando la cabeza en mi mano. Me quedo observándola un instante, paso mi dedo índice por su mejilla derecha, después por su labio inferior, tan carnoso y suave, que mi dedo parece papel de lija en comparación. Ella se incorpora un poco, apoyando sus codos en la cama, por detrás de su espalda, su melena castaña baila con su movimiento de cuello, a un lado y a otro. Me mira a los ojos, no hay palabras que decir, salta a la vista que los dos disfrutamos con sólo mirarnos. Acerco mi cara lentamente, rozo mis labios con los suyos, entreabiertos. Mis ojos se han cerrado automáticamente. Sabe mejor que huele, y eso, son palabras mayores. Deslizo mi mano derecha por su cintura, siento miedo de correr demasiado, ella se encarga de quitármelo, guiando mi mano hacia sus pechos;. <<Dios, que delantera más preciosa>>, pienso, mientras disfruto de su tacto suave, hundiendo mis dedos en unoa de ellos. Beso su cuello, bajando por su pecho, aparto su jersey intentando descubrir esos senospechos, que parecen perfectos, como toda ella. Se levanta, quedándose sentada en la cama, se quita el jersey y se tumba de nuevo, agarrándome por el cuello y guiándome hacia ella, hacia su boca;, nos besamos, es un beso más apasionado., Mmi mano acaricia su cuerpo, voy directo a sus pechos con mis labios, noto sus pezones debajo del sostén, son pequeños, están duros, formando una pequeña montaña en su ropa interior; los descubro y los masajeo con mis labios y mi lengua, se erizan más, su piel se tersa alrededor, se torna de pollo, eso me hace saber que está sintiendo escalofríos, es una buena señal. Sigo entretenido con sus pechos, llevo mi mano por detrás de sus muslos, la aprieto hacia mí, ella se estira y se contonea, sube su mentón, siente el placer. Pasa su pierna izquierda por encima de mi cadera derecha, me aprieta hacia ella, busca mis partes con su entrepierna, se mueve, tratando de rozarse. Me agarra la cara con sus dos manos, me lanza hacia atrás y se posa encima de mí, con las piernas abiertas. Sin parar de bailar encima, se quita el sostén; sus pechos asoman como dos manzanas brillantes y en su punto, con sus dos palitos alzados. Los miro y me pongo a dar gracias por tener la suerte, de estar en la cama con una mujer tan perfecta. Se agacha sobre mí, me besa en la cara, me lame el cuello mientras desabrocha los botones de mi camisa. Me incorporo y termino de quitármela. Me empuja y caigo de nuevo en la cama; me dejo. Repasa mi cuerpo con sus labios y su lengua, sin dar tregua. Llega al pantalón, demuestra una gran habilidad con el cinturón, deshaciendo su atadura y sacándolo suavemente, lo alza en una mano, enseñándomelo.


—Sube tus manos, —me dice.


Hago caso, quiere atarme, o eso parece, me encanta. Pasea sus pechos por delante de mi cara, momento que aprovecho para besarlos cariñosamente., Mme ata las dos manos arriba con el cinturón., Vvuelve abajo, pasando sus manos por mis brazos y mi cuerpo, las deja posadas en mi pecho mientras desabrocha mi pantalón con su boca. <<Es una salvaje>>, pienso, me gusta. Baja, me quita los zapatos y se deshace de mi pantalón y mi calzoncillo en menos de diez segundos. Pronto se encuentra jugando con mi pene, lo toma como un Chupa Chups de gran tamaño, lo acaricia con las dos manos, le pasa los labios por todas sus zonas, enseñando la lengua en ocasiones. Mi glande da espasmos de placer. Su cabeza se mueve en mis bajos, noto el calor de su boca cubriendo mi miembro, mis piernas se mueven, lo hace demasiado bien, es increíble. <<¿Será tan perfecta en todo?>> Me pregunto mientras cierro los ojos.  Noto su calor hasta los testículos, Lla tiene bien adentro, se queda ahí unos segundos y luego sube, paseando su lengua por mi cuerpo, ahora es mi piel la que se está erizando. Se alza sobre mí, se quita los tacones de dos zarpazos rápidos y se pone de pie en la cama, desabrochándose los pantalones. La miro, parece una gigante, perfecta, sus senos caen lo justo, su melena cubre su cara y parte de su pecho. Se deja caer de golpe, sentándose a mi lado, se termina de quitar todo, pantalones y ropa interior. Me mira, sonríe sensualmente y coloca su entrepierna en mi cara, dándome la espalda, huele como toda ella, está depilada a la perfección. No dudo un instante y comienzo a buscar sus labios exteriores, ella se encarga de regalármelos con movimientos de vaivén, se frota con mi boca mientras masajea mi pene y le da besos húmedos. Está gimiendo, le gusta lo que hago con sus partes, su fluido vaginal resbala a borbotones por mi cara, el calor ha aumentado en toda la habitación. Sólo se escuchan sus jadeos, cada vez van a más. Separa su entrepierna de mi cara y la dirige hacia mis partes, agarra mi miembro y lo introduce, noto como aprieta con sus músculos vaginales. Comienza a moverse como una diosa del baile del vientre. Veo su espalda y sus nalgas delante de mí, me dejo, quiero ser su esclavo, que me domine, lo hace tan bien que me estoy yendo, no aguantaré mucho más, parece mentira, pero no puedo controlarlo.


—¡Para, para! —Le digo. Le cuesta un poco, pero al final, obedece.


—¿Qué pasa? —me dice, girándose y moviendo un poco sus caderas.


—¿Preservativo?


—No hace falta, tomo la píldora.


—Ah… genial. Puedes continuar entonces.


Gira la vista y continúa con sus meneos, ese pequeño parón ha dado un poco de tregua a mi aguante, pero sigue moviéndose de esa manera inhumana, que hace que termine en menos de cinco minutos. Ella también ha tenido un orgasmo, al mismo tiempo. Se queda moviéndose lentamente. Sin salir de mí,, ggira todo su cuerpo, haciendo un extraño malabarismo y se tumba sobre mí, me da un beso en el cuello. Apoya su cara en mi pecho, su respiración es profunda y su aliento da de lleno en mi cara, con ese aroma suyo infernal, mezclado con el aroma natural de su cuerpo candente después de tener sexo, una delicia para mí, que jamás imaginé que podría disfrutar.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.


miércoles, 25 de diciembre de 2013

Dulce aventura

Ocurrió hacia las 2 de la madrugada, de aquel 26 de diciembre, de 2003. Me dirigía con mi coche a casa, venía de pasar varios días con la familia en la pequeña aldea donde me crie.


    Un tramo de carretera de montaña llena de curvas y por la que es difícil cruzarse algún coche, separa la ciudad de esa aldea. Escuchaba la radio, sonaba un debate sobre la Navidad y sobre la ilusión que producía el consumismo puro y duro en estas fechas tan entrañables y señaladas en todo el mundo. El pequeño Fido Dido que colgaba de mi espejo retrovisor central, se movía empujado por la inercia en cada curva. La oscuridad sería absoluta de no ser por la creciente y casi llena luna, que bañaba todo el monte, regalando un paisaje digno de apreciar.


    Giré dos curvas muy cerradas, una a izquierda y otra a derecha, nada más salir de la segunda, mis reflejos se vieron puestos a prueba, para tratar de detener el vehículo en seco. Un coche con los cuatro intermitentes estaba parado en medio de la carretera, delante de ese, había más, todos igual, con las luces puestas y los intermitentes centelleando; parecía más un atasco de los que se forman a hora punta en las entradas y salidas de la ciudad. No era propio encontrarse eso allí. Mi sorpresa fue considerable al observar tal fenómeno, en mis 40 años de vida, jamás me había visto obligado a parar por encontrarme un coche parado delante de mí. Algún frenazo brusco por cruzarse algún animal salvaje, pero nada

domingo, 22 de diciembre de 2013

Perfume. Capítulo 23

Veinte minutos después, llegamos a mi casa. Son las ocho y cuarto de la tarde. El portero, un hombre latino de entre treinta y treinta y cinco años, con traje de la empresa para la que trabaja, nos abre la puerta, como es habitual.


—Buenas tardes, Nicolás. ¿Qué tal ha ido? —Le digo, dejando pasar a Sara.


—Hola, —dice ella vagamente.


—Hola, Máximo. Hola, señorita…


—Sara, —le aclaro.


—Sara, sí. Pues, bien… un día como otro cualquiera. Por cierto, ha venido su amigo… Héctor. Ha preguntado por usted. No supe que contestarle, ayer no vino a casa. No sabía dónde estaba usted.


Sara me mira extrañada, <<¿será porque ha captado que anoche no dormí en casa? Seguro que sí, es tan lista. Tendré que inventar alguna excusa>>, pienso antes de contestar.


—Ostras, es verdad, Héctor. Ha dicho que me llamaría, se le habrá olvidado.


—Yo sí me acordaba de tu amigo. Pero no he querido decirte nada, es asunto tuyo, —añade Sara.


—Sí, es verdad. Es problema mío. No pasa nada, le conozco bien. Si no ha llamado, es por algo. Aunque debería haberle llamado yo. Habrá hecho otros planes. Bien, muchas gracias, Nicolás, —le digo mientras presiono el botón del ascensor.


—Qué atento este Nicolás, ¿no? Sabe cuándo duermes o no duermes en casa. Por una parte, eso está bien, pero por otra… —dice Sara, haciéndome saber que sí, que se ha dado cuenta de que anoche no vine a dormir.


—Sí, imagínate que me pasa algo, este hombre enseguida alertaría a alguien, —respondo, mirando a Nicolás mientras se abre el ascensor, él me mira sonriendo y haciendo un gesto de despedida con su mano. No sabe que ha metido la pata. Le devuelvo el saludo, sonriendo también, aunque mi sonrisa es irónica—. <<Ya podía haber estado un poco más hábil, ostras. Me ve que llego con una chica a casa, suelta que anoche no vine a dormir y se queda tan feliz. Estos panchitos>>, me dice la voz interna.


—Sí, pero en este caso, se ha equivocado. Te ha delatado, tío. A saber dónde fuiste anoche, después de estar en el Nigth Jazz… —dice ella, con ese semblante femenino tan arrollador, que muestran las mujeres cuando te han pillado una mentira.


—Bueno… eh… sí… estuve con una amiga. También ha roto con su novio.


—Ya, y tú le tendiste la mano para que saliera de esa situación, ¿la mano, o algo más? Seguro que sí, fijo que te acostaste con ella para aliviar sus penas, —su mirada me traspasa.


Creo que se me nota que no quiero decir la verdad, no sé mentir. El ascensor abre sus puertas, estamos en el décimo piso. Salimos.


—Eh… bueno, no me acosté con ella, no. Sí me quiso tentar, pero me resistí, sólo es mi compañera de trabajo, nada más. No es bueno mezclar los negocios con el placer.


—No es bueno, pero te la cepillaste…


—¡Qué no! ¿Cómo puedes estar tan segura de algo así? ¿Estabas ahí para saberlo?


—No me hace falta estar, tus ojos te delatan. Piénsalo muy bien antes de mentirme sobre algo así. De todos modos, da igual, no es asunto mío, ayer sólo era una chica con la que hablaste unos minutos en el metro y unas cuantas frases por whats app, tampoco pasaría nada si hubieses hecho eso. No creas que soy tan posesiva, yo diría que no tengo nada de eso.


Me quedo mirándola, asomando una leve sonrisa, <<me ha pillado, —pienso—, será mejor que se lo diga>>, decido.


—Sí, me acosté con ella. No pude resistirme a sus encantos, ¿contenta?


—Eso está mejor. Pero ahora ya no soy sólo una conversación de chat, estoy aquí, contigo, y quiero tener algo serio, o al menos, eso es lo que me haces pensar. Espero que seas un hombre fiel y no tengamos que discutir por esa chica.


—No te preocupes, eso está hecho. Ya le dije que te había conocido, y que esa sería, posiblemente, la última vez. Además, ella también ha conocido a alguien recientemente, —contesto, girando la llave en la cerradura de mi casa.


—Eso suena muy bien, pero, ¿ha conocido a alguien y se acuesta contigo? ¿Qué clase de guarra es esa?


—No es ninguna guarra. Le ha conocido, pero nada más, como tú y yo más o menos, no hizo nada malo.


—Ya, bueno, da igual. Ella sabrá lo que hace con su vida y su cuerpo. Quiero centrarme en ti, no hablemos de otras personas, ¿te parece?


—Me parece perfecto. Bienvenida a mi humilde hogar, —respondo, colgando mi cargado llavero de cuero negro, en el guarda llaves metálico que cuelga nada más entrar.


—Guau, de humilde nada, tío. ¿Tú sabes lo bonito que es este lugar? No me extraña que tengas a todas locas por ahí, con esta casa.


—Bueno, no me puedo quejar, pero tampoco es nada del otro mundo.


—Ah, ¿no? ¿Y esa moqueta de piel? ¿Y ese Picasso en medio del pasillo? ¿Y esa escultura del Discóbolo? Este parqué color ceniza claro, es de los menos vistos. Por no hablar de la calidad del mobiliario, es de primera. Te gusta el arte, ¿no? La armonía y el buen gusto se funden entre sí. ¿Quién te ha decorado la casa?


—Sí, me encanta el arte, ya lo ves. Nadie me la ha decorado, he sido yo mismo. Hice un curso acelerado de interiorismo hace años.


—Ah, ¿sí? Yo trabajo en eso. Diseño de interiores. Por cierto, no hemos hablado de nuestras profesiones, ¿o sí?


—No, no lo hemos hecho. Ha sido tan extraña la forma en que nos hemos conocido, que nos hemos saltado las principales preguntas que suelen hacerse cuando conoces a alguien por primera vez. Yo soy vendedor de seguros en un hotel de lujo, también tengo un negocio  familiar de piezas artísticas de alto nivel cultural.


—¡Anda! Eso explica que tengas tantas cosas. Auténticas, imagino.


—Imaginas bien.


—Pues, deja que te diga, que tienes un gusto excelente para ser un hombre que vive solo. Y está todo muy limpio y bien cuidado. Me encanta.


—Bueno, de eso se encarga la asistenta cada semana, —sonrío—. Ven, mira, te enseñaré algo que creo que te gustará, es una de mis pasiones. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo diga.


—Vale.


La agarro de la mano y la llevo conmigo hasta una de las habitaciones que tiene mi ático dúplex, después de subir por la escalera de baldosas individuales integradas en la pared.


—Dijiste que te gustan los animales, ¿no? Pues mira, ya puedes abrir los ojos.


—Oh… Pero, ¿qué demonios tienes aquí?


—Es mi pequeño trozo de selva particular. Ya que no puedo vivir en ella, me la monto en mi casa.


—¡Estás loco! ¿Eso es una serpiente? ¿Y eso? ¡Un loro!


—Sí, una serpiente rey, o más comúnmente llamada, falsa coral. El otro es Rocco, un guacamayo de alas azules, sabe hablar. Por ahí detrás estará su novia, Priscila.


Aparto unas hojas de palmera en busca de ella y sale volando, posándose en mi hombro, Rocco la sigue, gritando:


—Priscila, ¿dónde vas? —a voces, apoyando sus garras en mi hombro también, al lado de su novia.


—Es impresionante. Habla súper bien. ¿Qué más sabe decir?


—Uf, de todo.


—Cómo te quiero, cómo te quiero, Priscila, —salta Rocco—. ¿Cuándo me darás un hijo? Quiero hijos tuyos, quiero hijos tuyos.


Priscila se remolonea con él, frotándose efusivamente con su cuello y picoteándole las plumas.


—Guau. Qué galán, como el dueño, —dice Sara, con una gran sonrisa, hipnotizada por mis dos amigos alados.


—Hay más especies aquí metidas. Desde ranas arbóreas hasta lagartos, y mira esto, —le digo, señalando el pequeño río que fluye entre las plantas exóticas—. Este río desemboca en mi propio mar, aquí hay especies de río pero en el mar, que está en forma de acuario gigante en el salón, tengo mi propia barrera de coral. Al bajar lo verás.


—Es increíble. ¿Y todo esto lo has hecho tú?


—Yo lo diseñé, pero no lo construí. Contraté a alguien para eso.


—No hubiese hecho falta que me llevaras a ningún oceanográfico, lo tienes en casa.


—Sí, bueno, más o menos. Es más pequeño, pero mucho más personal y diverso. Vamos, te enseñaré mi mar.


—Me muero de ganas.


Bajamos al salón, el acuario gigante parte la estancia en dos, quedándose en medio como una gran pantalla de cine, viva y en movimiento. Los colores fluorescentes de peces y corales brillan y destellan reflejos que chocan en todas partes.


—Qué maravilla, —dice Sara, embobada.


—Sí, los amo tanto.


—Ven aquí, anda, ahora vas a saber cómo se ama de verdad, —me dice, agarrándome del cuello de la camisa, tirando hacia ella y plantándome un beso desatado, al que respondo con mi lengua, en pie de guerra.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.


miércoles, 18 de diciembre de 2013

La canica negra

Diego tenía una canica, una pequeña canica de color negro opaco. Ella destacaba del resto de canicas, las demás eran comunes; transparentes y con ese toque de color retorcido en su interior. Diego jugaba cada día con sus canicas, se decía a sí mismo que la negra era la reina, la destructora, la que mandaba con las demás, y así, agrupaba las transparentes y atacaba con la negra, porque para él, esa era mucho más poderosa.


    Un día, su tío llegó con un gran camión; cargado con infinidad de piedras de “mentira”. Era para él, se lo había comprado en un mercado ambulante. Su tío era codicioso, quería que su sobrino de 6 años tuviese todo lo mejor. Al pequeño Diego le fascinó el camión en gran medida, tanto fue así, que olvidó sus canicas en un cajón, sí, esas que tantas tardes de diversión le habían brindado, a él y a sus amigos. Bastaba con hacer pequeños hoyos en la arena del parque y jugar a meterlas todas dentro, siempre atacadas por la negra, claro. El camión, grande, sofisticado y con gran cantidad de detalles, eclipsaba todo el tiempo de juego del pequeño. Se pasó casi dos meses jugando sin cesar con ese juguete de nueva generación, que le había regalado su

domingo, 15 de diciembre de 2013

Perfume. Capítulo 22

La noche se ha apoderado del día hace rato, no sé la hora que es, tampoco me importa demasiado, sé que es sábado y que tengo a mi lado a la mujer más impresionante que se ha cruzado en mi vida. El taxi se mueve despacio, parece no querer llegar al destino nunca; mi casa. Sara no despega la mano de mi muslo izquierdo.


—Sabes… Valentín. Parecerá una tontería pero, estos paseos nocturnos en coche por la ciudad, me encantan. Adoro imaginar las vidas que se esconden detrás de cada ventana iluminada.


—¿Y por qué ha de ser una tontería?


—No sé, pero pienso que tampoco tiene mucha importancia. La gente se fija en cosas más interesantes, supongo.


—Pues, te diré algo; yo también disfruto pensando que esas luces en las ventanas albergan vidas desconocidas y misteriosas. Cada casa, un mundo. Cada calle, miles de historias diferentes, vividas por personas diferentes a lo largo de sus años de vida.


—Vaya, eres un filósofo, ¿no?


—¿Filósofo? No creo. Sólo soy un chico muy curioso, al que le encanta fantasear sobre las cosas que realmente son importantes, y las vidas ajenas, aunque sean eso, ajenas, me parecen realmente importantes e interesantes.


—Es un tema interesante, sí. A mí al menos me lo parece. ¿Qué conversación tendrán en esa casa mientras cenan? —Dice, señalando un edificio en donde varias ventanas están iluminadas—. ¿Qué pasaría ayer en esa calle? ¿Y en esta otra? ¿Qué…?


Un giro brusco del taxi interrumpe la curiosidad de Sara. Nuestros cuerpos se mueven a velocidad de vértigo sin control, la mano de Sara me aprieta el muslo fuerte para después soltarlo de golpe. El coche derrapa de lado, el conductor lucha por hacerse con el control. Seguidamente, un ruido espantoso y grotesco se escucha a pocos metros de distancia, nuestro taxi se detiene en seco, cerca de estamparse contra un banco de la acera, por el lado donde va sentada Sara.


—¿Estáis bien? —Dice el taxista, girándose hacia nosotros.


Unos segundos de silencio se apoderan del momento.


—S… sí, —contesto, casi sin poder hablar—. ¿Tú estás bien? —Le pregunto a Sara, que me mira con expresión, como si hubiese pasado un desfile de fantasmas por delante de ella.


—Creo que sí, —contesta, llevándose la mano al pecho y dando un suspiro que no termina de aliviar sus nervios.


Me agarra con la otra mano por la muñeca, noto sus temblores trasladarse a mi brazo, llevo mi otra mano para cubrir la suya, me doy cuenta de que estoy temblando como ella o más.


—Bien, gracias a Dios, —dice el taxista, abriendo la puerta para bajar del coche, le seguimos. Al bajar, vemos lo que nos temíamos; un coche empotrado contra un árbol frontalmente, el impacto ha sido tan brutal, que el coche se ha partido en dos como si fuese una enorme mandíbula que quería comerse al árbol y se ha quedado en el intento. Una mujer yace en el suelo, varios metros por delante del siniestro y un hombre, al parecer el conductor, se ha esclafado contra el árbol, dejando pegadas ahí partes de su cuerpo, el hombre está en el suelo, destrozado, apenas se reconoce que es una persona. Un poco más allá, un corro de gente rodea algo, quizá es alguien herido. La gente se ha quedado en shock como nosotros. El tráfico se ha detenido y en pocos segundos se escuchan sonidos de sirenas próximas en las calles. Sara no me ha soltado el brazo desde que hemos salido del taxi, su mano ejerce una presión que va cada vez a más, llega hasta a hacerme algo de daño, que no lo es tanto en estas condiciones. Cuando vemos el amasijo de hombre y la sangre por todas partes, oculta su rostro en mi pecho. El taxista camina hacia la escena, con las dos manos puestas sobre su cabeza.


—Pero, ¿qué ha pasado? —Le pregunto, cuando ya siento que puedo volver a articular palabras.


—Pues… no estoy seguro, pero creo que ese hombre se ha saltado el semáforo, lo he podido esquivar de milagro. ¡Pero, por Dios, mira lo que ha pasado! ¡Mira aquella mujer! ¿La habrá atropellado? —Responde sin mirarme directamente a la cara.


—No lo sé, pero, por la sangre que hay a su alrededor, parece que está muerta también.


—¡¿No me digas?! Máximo, vámonos, no puedo con esto, me estoy mareando, —dice Sara, oculta todavía en mi americana.


—No podemos irnos todavía, Sara. Tendremos que esperar a que vengan las autoridades, no podemos irnos sin más.


—¿Por qué? —Responde, aterrorizada.


—No lo sé, pero creo que es lo correcto.


—No creo que haga falta que os quedéis, el que conducía era yo, vosotros no estáis implicados en el accidente, tampoco parece que haya que asistir a nadie. Iros si ella se encuentra tan mal, hombre, —dice el taxista, que escuchaba lo que hablábamos.


—¿Sí? ¿Tú crees? —Le digo—. ¿Allí no habrá alguien herido? —Pregunto, señalando el tumulto de gente arremolinada alrededor de algo.


—No lo sé, pero ya hay bastante gente. Marchaos. Yo me encargaré de declarar si hace falta. Si estáis bien, claro.


—Sí, sí, yo estoy bien, gracias, vámonos, por favor, Máximo, —contesta Sara, envuelta en un temblor considerable.


—Vale, está bien, tranquila, nos vamos. Muchas gracias, señor, —le digo al taxista—. ¿Qué le debo?


—Nada, hombre, sólo faltaba… Habéis estado en peligro en mi taxi, ¿qué demonios? No, hombre, no. Ya es suficiente.


—Está bien, muchas gracias, señor. Suerte.


—De nada, hombre.


—Adiós.


—Hasta luego, —añade Sara.


Damos media vuelta y caminamos en dirección a… no sabemos dónde todavía. Ella no ha podido descubrir su cara aún, su mano ha dejado de hacer tanta presión en mi brazo, pero no del todo. Andamos y andamos hasta que estamos lo suficientemente lejos del sitio, tres ambulancias han pasado por nuestro lado, haciendo que revivamos el angustioso momento. Sara, al fin, saca su cara de mi pecho, pero no dice nada, sigue cogiéndome del brazo, con la cabeza apoyada en mi hombro. No me gusta verla así, parece que le ha afectado demasiado. En la misma acera por la que caminamos, se acercan en sentido opuesto una madre con su hijo, que lleva tres globos de helio, uno de cada color; rojo, verde y amarillo. El niño, de unos cuatro años, está mirando a Sara fijamente, parece preocupado. <<¿Puede ser que un niño tan pequeño, pueda percibir la tristeza que refleja Sara?>> Me pregunto. Cuando está a nuestra altura, mis dudas se despejan.


—Señora, te regalo un globo, ¿qué color te gusta? —Dice el niño, deteniendo a su madre en el acto.


—Tomás, deja a la señora, —le dice su madre.


Mami, parece triste, quiero regalarle uno de mis globos, para que esté feliz, —insiste el chico.


Sara y yo nos paramos, asombrados por la lucidez de un niño tan joven.


—Tranquila, señora. No me molesta. Tomás, me gusta el color amarillo, no hace falta que me lo regales, eres muy amable, pero quédate tú con tu globo, seguro que lo disfrutas más que yo, —dice Sara, dejando asomar una sonrisa, cosa que a mí, me tranquiliza bastante.


—Pero, yo quiero que lo tengas, a mí me ha alegrado mucho cuando me los ha comprado mi madre, me gustaría que te alegrase a ti también, te he visto tan triste, —replica el niño que, con su inocente cara, está haciendo que a Sara se le olvide el horrible suceso que acabamos de presenciar.


—No, Tomás, guapo, insisto. Muchísimas gracias, pero quédatelo, ya me has alegrado bastante. Eres muy amable, —dice Sara, agachándose y dándole un beso en la mejilla.


—Bueno, como quieras. Luego no digas que no te lo ofrecí, —contesta el niño, algo avergonzado, por recibir el beso de una mujer tan hermosa.


—Eres un artista, muchacho, —le digo.


—A ti no te lo doy, era para tu novia, que es muy guapa, —contesta Tomás, escondiéndose un poco detrás de su madre, mirándome con una mueca de enfado.


Su madre, Sara y yo, rompemos a reír enérgicamente.


—Eres muy especial, Tomás, —le dice Sara—. Realmente lo es, —continúa, dirigiéndose a su madre, que lo mira orgullosa.


—Sí, es un granuja, —replica ella—. Anda, vamos a casa, diles adiós, nos espera papá, —le dice al pequeño.


—Adiós, guapa. Adiós, feo. —Dice el pícaro niño, comenzando a andar.


—Adiós, cuídate, bombón, —se despide Sara.


—Hasta luego, —digo.


Seguimos nuestro camino. Ese pequeño granuja nos ha alegrado un poco, haciendo que no pensemos en el accidente. Nos hemos relajado. Le propongo ir caminando a casa, no queda demasiado lejos, ella acepta. Continuamos andando por la noche valenciana en busca de la tranquilidad de mi hogar, que nos espera ansioso de tener nuestra compañía.





No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.