miércoles, 28 de agosto de 2013

Pequeño logro, felicidad completa

Cuando aquel niño salió del portal, rebosante de felicidad, con su bicicleta destartalada, sus ropas sucias y gritándole a su hermana mayor, (que miraba desde aquel balcón, que no tenía más elementos que varias plantas colgantes y una pequeña jaula con un jilguero)…:


    —¡Mírame, Aroa! ¡Mira, corre! Verás cómo he aprendido a pedalear solo.


    …comprendí que no hacen falta grandes posesiones para ser completamente feliz, aunque sea durante unos pocos minutos y que, sin ser niño, se pueden buscar esos pequeños grandes momentos sin apenas esforzarse; sólo hay que saber verlos y darles el valor correspondiente.

lunes, 26 de agosto de 2013

1.000 visitas

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domingo, 25 de agosto de 2013

Perfume. Capítulo 6

El sonido de las ruedas del tren rozando con las vías me impide escuchar la conversación que tiene con la otra chica por teléfono; da igual, sólo trato de disfrutar de su presencia y de su elegante y fina voz. Estoy paralizado, me encantaría llamar su atención pero no se me ocurre cómo. Pienso en moverme y tocarla un poco con la pierna pero sigo paralizado, su cercanía no me deja actuar. <<No es la forma>>, pienso. La conversación termina.


—¡Estoy sin batería, estoy sin batería! —dice, ansiosa, mientras separa el teléfono y lo mira para después guardarlo.


Me vuelve a dar dos codazos. <<¿Lo ha hecho a propósito? —Pienso—. No creo>>, confirmo. Se vuelve hacia mí de nuevo para pedirme disculpas, pero sin palabras; utiliza el lenguaje no verbal de su rostro, como queriendo decir que es un poco torpe. Eso me hace pensar que, además de todos los detalle físicos que tiene, también es una persona humilde. Me gusta más si cabe. Le sonrío y le hago un gesto con la mano a modo de “no pasa nada”. Vuelvo a pensar en que quizá no tenga novio al intuir la conversación que mantenía por teléfono, relacionada con un viaje de amigas. Le gustará estar entre amistades. Tal vez le hayan hecho daño y no quiera novios, con lo guapa que es, tendrá miles de pretendientes.




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José Lorente.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Mi amigo

Me dirigía hacia mi casa una noche de enero. Eran las 20:30. Cansado, llevaba toda la tarde en el bar después de haber discutido con mi mujer por haberme olvidado de comprar unos huevos que me encargó. Andaba cabizbajo, con las manos en los bolsillos y dando patadas a una oxidada lata de refresco, la cual, resonaba en el silencio de la noche provocando que huyeran los gatos callejeros del lugar.


    Ella había estado haciéndome llamadas insistentes al móvil que no encontraron respuesta, es más, agobiado por su persistencia decidí apagarlo. No quería ni pensar en lo que pasaría cuando entrara por la puerta, lo que tenía claro es que no me apetecía discutir y que su recibimiento no sería agradable. Pensaba en lo triste que era mi vida después de que uno  de nuestros dos hijos falleciera a los 8 años en un accidente de tráfico, a lo que se sumaba la pérdida del trabajo al que era fiel durante más de una

domingo, 18 de agosto de 2013

Recursos

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http://www.boosterblog.es

Perfume. Capítulo 5

<<Es curioso, tantas veces he coincidido con ella y nunca se había sentado junto a mí>>, me digo, nervioso por su proximidad. Le suena el móvil, me da un leve codazo en el brazo izquierdo al ponerse a buscarlo dentro del bolso, me da otro codazo un poco más fuerte; se gira, me sonríe y se disculpa.

—Perdón, —dice con esa voz tan dulce y femenina que pocas veces he tenido el placer de escuchar.

Sus ojos se clavan en los míos durante ese instante, un momento tan pequeño pero tan eterno… El tiempo parece haberse detenido mientras analizo cada uno de los tonos de color que se dibujan en el iris de sus ojos; una mezcla de tonos amarillos, verdes, negros y ocres que parecen entremezclarse a la perfección formando un conjunto que provoca asombro y atracción al mirarla. <<Qué mujer>>, resuena la voz interna en mi cabeza. Se pone el teléfono en la oreja, es un iPhone, igual que el mío. Tiene el volumen del auricular tan fuerte que puedo distinguir las palabras de la persona que está al otro lado. Es una voz de mujer. <<Menos mal; quizá no tenga novio. ¿No lo va a tener? Eso es imposible>>, me digo. El tren empieza a mover y mi cabeza sólo puede pensar en qué va a suceder.



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José Lorente.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Volando

Mi mano derecha lleva el acelerador a tope; suelto. Este nuevo viraje, invita a rozar mi rodilla contra el asfalto. La carretera se vuelve a abrir, mi mano tiene intención de estrujar al máximo el puño. Miro el velocímetro; —185 km/hora está bien para este tramo de un solo sentido, —pienso—. Otra curva me lleva a arañar mi codo en el pavimento; disfruto. Algo cruza mi trayectoria; un conejo. Mi máquina da un bandazo y me lanza por los aires; veo todo desde arriba. Mi vuelo se detiene al mismo tiempo, que choco con el águila que intentaba cazar al conejo.

domingo, 11 de agosto de 2013

Perfume. Capítulo 4

Sigo esquivando personas. No la veo <<¡Joder! Pero, ¿qué tiene ella para hacerme sentir así? Ya lo sé, lo sabes perfectamente, Max: Tiene ese aroma que cautiva, esos ojos que hipnotizan, esa elegancia que la distingue; tiene tantas cosas… No pienses más. Déjala, no te conoce, apenas te mira. Piensa en otras cosas, piensa en tu trabajo. Sí, será mejor>>. Desisto en mi intento de encontrarla. Choco con un niño pequeño que no he visto y provoco que caiga al suelo. La mujer que lo lleva de la mano, su madre, me mira enfurecida y me echa un sermón. Me disculpo arrepentido. El metro abre sus puertas, es el mío. Desabrocho mi chaqueta al entrar por el calor que desprende el gentío, está lleno y llega; llega de nuevo esa fragancia inconfundible y llena de vida. Mi corazón se acelera y mi subconsciente ordena a mis ojos que busquen la procedencia del sutil olor femenino que, me lleva loco. No he de buscar demasiado, está sentada justo a mi lado.




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José Lorente.

miércoles, 7 de agosto de 2013

El otro yo

Despierto, la alarma suena estridente, son las 7:00 de la mañana. Ha sido otra noche de cruel insomnio, sólo he dormido dos horas. —¡Maldición! —Pienso al pisar con el pie derecho el charco de agua, que se ha formado en el suelo debido a la lluvia nocturna, por haberme olvidado de cerrar la ventana ayer—. Me rasco la cabeza buscando una solución al maltrecho incidente. Miro a la mesilla. —¡Mierda! —Grito cogiendo el teléfono móvil empapado, que no responde al presionar la tecla de encendido—. Me pongo en pie y voy a buscar la fregona dejando huellas húmedas por todo el recorrido. Ando ofuscado, rabioso; el cuarto dedo de mi pie izquierdo, colisiona tontamente contra el marco de la puerta que da paso al cuarto de la lavadora. El golpe ha sido suave y ligero, pero estoy saltando de dolor sobre una pierna con los ojos cerrados, algo parecido a una sonrisa sin serlo y agarrándome el pie con mis dos manos. Intento eludir el dolor y trato de resolver el problema del charco en la habitación cogiendo la fregona, que resulta estar impregnada de lejía, algo que no es bueno para mi piso, no le doy importancia porque tengo prisa por llegar a tiempo al trabajo. —¿Qué habré hecho yo? ¿Por qué me pasa esto a mí? ¡Qué mala suerte tengo! —Repito incansable en mi cabeza—. Recojo el agua a toda prisa, guardo la fregona y me apresuro en ir a vestirme y al baño para asearme; son las 7:20 y llevo casi diez minutos de retraso. Al abrir el grifo, suelta un par de escupitajos marcados de óxido, que llenan mi traje gris, de una constelación de manchas color marrón. No sale agua. —¡Maldición, maldición y maldición! Esto es el colmo. —Me digo frustrado, rabiando de ira y con dolor en mi dedo—… Me cambio el traje corriendo, me pongo otro que no me sienta nada bien. Salgo escopeteado con el coche, son 20 los minutos de retraso; llegaré a tiempo si el tráfico me lo permite. No es así. Una retención que parece fruto del mismísimo satanás, me frena al poco de echarme al asfalto. —¡Vaya día, vaya día! —Repito en voz alta mientras busco algún tema en la radio que me ayude a calmar mi frustración—. Todo son canciones molestas; no me gustan, apago la radio. Toco el claxon y grito: —¡Venga, hostia, venga! ¡Es para hoy! Los coches se mueven a paso de tortuga, estoy sudando y eso que es

sábado, 3 de agosto de 2013

Perfume. Capítulo 3

<<No puedo. No quiero. No esperaré hasta mañana para volverla a ver… y oler. Quizá mañana no vuelva. Un momento, mañana es sábado… definitivamente, no vendrá, los sábados nunca viene, —me torturo ofuscado por perderla de vista—. ¡Maldición! Debo verla otra vez, debo verla otra vez>>, me repito incansable mientras avanzo, apartando personas a mi paso. Voy cegado; cegado por algo que siento hacia una desconocida a la que veo cada día, veinte minutos, eso el día que la veo, porque hay días que no compartimos vagón, quizá vaya en otro… Me estoy volviendo loco. Llega el tren. <<Despídete de verla hoy, Max, —me digo, apenado—. El lunes volverá, ¿y si no vuelve?>>



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José Lorente.