domingo, 29 de septiembre de 2013

Perfume. Capítulo 11

Se va alejando por la acera, me quedo mirándola antes de girar y tomar mi camino, contrario al suyo. Giro, me dirijo al trabajo, echo un vistazo a la escultura de la Dama Ibérica, que descansa en la rotonda, como cada mañana, unos rayos de sol matutino la bañan levemente. Doblo la esquina, el hotel me espera, los clientes me esperan. Mi mente intenta ocuparse con mis obligaciones sin éxito, no puedo dejar de pensar en lo que acaba de suceder. <<Tengo su número, tengo su número. Voy a enviarle un mensaje para cuando encienda su móvil, supongo que será al final del día, da igual, lo haré de todos modos, para que se lo encuentre al encender>>, me detengo pensando y sacando el móvil de mi bolsillo. <<No puede ser>>, exclamo al advertir una ráfaga de ese aroma delicioso que lleva Sara. Me giro, pensando que ha vuelto a buscarme; no está. <<Idiota, ¿crees, que porque te haya dado su número está tan interesada en ti que volvería a buscarte?  Ingenuo>>, me dice la voz interior. Me olvido de esa estupidez y me centro de nuevo en el móvil para enviarle un mensaje. Abro el whats app; voy al buscador de personas e introduzco su nombre: Sara.




Sara Barbate                móvil


La vida es bella :D


Sara Félix                     móvil


Carpe diem ;P


Sara Jaén                     móvil


Mamá cómprame unas botas que éstas están rotas.


Sara Robledo               móvil


No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hiciesen a ti.




La elijo de entre todas, me he detenido un segundo a leer su frase de estado. <<Estoy totalmente de acuerdo con esa frase, ahora me gusta un poco más, ¿tendrá esa humildad que tanta falta les hace a las chicas guapas de esta ciudad? No lo sé, pero esa frase dice mucho de ella, —reflexiono, mirando la pantalla sin mensajes de su chat que estoy a punto de estrenar—. ¿Qué le digo? Ya está>>:




Sara Robledo


últ. vez hoy a las 08:17




Hola, señorita Robledo 08:45




Te escribo para que no te


olvides de mí,


¿eh? Jajajajaj 08:45





Espero que te vaya genial en


tu viaje 08:46




No te olvides de tocar la


piedra siempre,


ni de traerme un regalo en  


forma de


souvenir  08:46




Te mando muchos besos,


preciosa  8:47






Cierro el chat y continúo mi camino hacia el trabajo, para cumplir con mi jornada laboral de comercial vendedor de seguros para los clientes del hotel.


Hoy me espera un cliente muy especial, me avisaron ayer que vistiera mi mejor traje porque hoy llegaba a hospedarse, Anthony Hopkins; actor de renombre al que admiro desde que vi la película: ¿Conoces a Joe Black?. Hice caso a mi jefe y me he puesto el traje Versace color gris oscuro que me favorece tanto; una camisa entallada blanca con una corbata estrecha del mismo gris que el traje, cumplen su cometido de llevar un look elegante y discreto. Los zapatos, negro brillo, terminan de darme un aspecto juvenil a la vez que serio. Un peinado hacia atrás y una barba bien perfilada me dan un semblante correcto y formal. Entro por las puertas correderas, el recepcionista, Álex, me saluda, bromeando:


—Buenos días. Qué, ¿estás preparado para hablar con Hannibal? Ten cuidado, no te vaya comer para el almuerzo, —y ríe como un loco.


No me hace demasiada gracia el comentario, no me cae extremadamente bien este tío, no somos compatibles. Aun así, contesto educadamente.


—Buenos días. Quizá me lo coma yo a él, nunca se sabe. Hasta luego.


Sigo mi camino, tomo el ascensor y me elevo hasta la planta número doce, allí me espera Sandra Rodríguez, mi compañera de trabajo. Formamos un equipo excepcional y pocos son los clientes que se resisten a contratar un seguro con nosotros durante su estancia en el hotel. Ella es una mujer despampanante; nos hemos acostado varias veces, pero los dos sabemos y hemos llegado a la conclusión, de que no somos el uno para el otro, eso sí, el sexo que hemos compartido ha sido de los mejores que hemos podido disfrutar los dos, ella es multiorgásmica y yo… yo soy un aventurero al que le gusta disfrutar y probar de todo lo que se puede probar en esta vida. Hoy, consciente del cliente famoso, lleva un vestido negro, ajustado, con un escote pronunciado pero que enseña lo justo de sus pechos naturales de volumen perfecto, una americana también negra y unos tacones demasiado altos del mismo color. Es casi más alta que yo y eso que mi estatura es de ciento ochenta y tres centímetros. Después de repasar su modelito de hoy me acerco a ella, está hablando por teléfono mientras mira por la ventana. Se ve media Valencia desde aquí.


—Buenos días, Sandrita, —le digo en voz baja, cogiéndola por encima de su codo izquierdo.


Se gira, me toca en el costado y me sonríe a modo de réplica. Su melena negra, larga y lisa esconde un rostro angelical, con rasgos muy finos, ojos negros y grandes, custodiados por unas pestañas que bien podrían confundirse con abanicos, y unos labios carnosos de una forma tal, que cualquier hombre dejaría que lo hipnotizase a besos, de hecho, son muchos los perseguidores de esta chica, que compagina su trabajo aquí con su otro trabajo de personal shopper. Su estilo y elegancia son absolutos y sublimes, no me extraña que tenga tantos clientes, aunque siempre he pensado que muchos de ellos quieren follársela y ya está; aunque eso no es asunto mío. Es una buena amiga con la que he pasado buenos ratos sexuales y una gran compañera de trabajo, nada más.


Me siento en uno de los butacones de lujo que tiene el ostentoso hotel y saco mi iPad para repasar los puntos del día. De nuevo recuerdo a Sara, es un recuerdo inevitable que me asalta, que se ha estado colando en mi mente durante días, pero el de hoy es diferente, la conozco y presiento que a partir de este momento, esos recuerdos invasores no van a parar de irrumpir en mi vida a cada rato.


Sandra termina la llamada, se gira y me dice:


—¿A que no sabes lo que me pasó anoche?


—No, ¿qué?

—Pues, iba caminando hacia casa…





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José Lorente.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El sueño i-real

Un día, me encontraba en mi pequeño pueblo observando cómo se llevaban a cabo las obras en un espacio natural; se estaba remodelando para que fuese un lugar más turístico y agradable. Al ver los progresos que iban alcanzando las obras, un extraño y mágico recuerdo de un sueño invadió mi mente por completo; era un sueño repetitivo que tenía cuando era muy pequeño, el cual vivía como si fuese real, cada vez que me sucedía:


    La luna es la única luz que alumbra este barranco; sus aguas han sido sustituidas por ramas secas de las que cuelgan extrañas telas rasgadas, que dan la sensación de ser un lugar abandonado y perdido. —Ya estoy aquí de nuevo, —me digo consciente de que es un sueño, pero sabiendo que es tan real que no puedo evitar vivirlo como tal, algo verdadero—. Al ser un sueño repetitivo, ya sé lo que va a pasar, sin embargo, vuelvo a tener el mismo comportamiento que siempre. Comienzo a andar por la senda que acompaña al barranco por uno de sus lados, camino y camino sin descanso, es de noche, cada vez estoy más adentrado en la perdida maleza vegetal; tengo miedo, pero continúo. Llego a un sitio donde hay un pequeño lago, —al menos aquí sí hay agua, —pienso—. La superficie está tan calma, que resalta el dibujo perfecto de la luna llena en ella. Me quedo mirándola atolondrado. El crujir de una rama llama mi atención; mis ojos se clavan en un árbol que se alza en una de las paredes contiguas al lago. Conozco este lugar pero, en ese árbol, entre sus ramas, ahora hay una caseta de madera perfectamente montada. La miro fascinado, descubro una escalera que da acceso a ella. Me dispongo a subir cuando un sonido humano distrae mi atención; proviene de la casita del

domingo, 22 de septiembre de 2013

Perfume. Capítulo 10

Sigo detrás de ella, no puedo dejar de mirarla, tampoco puedo dejar de pensar en lo que acaba de suceder. <<¿Quién sabe lo que puede pasarte? La vida te brinda unas sorpresas a veces>>… recapacito. Su falda negra y ceñida por encima de las rodillas, dibuja una silueta perfecta, al menos, perfecta para mí. Y esa chaqueta americana gris oscuro, le da un toque de elegancia que va acorde con su aroma. <<Qué piernas>> pienso, sin dejar de observarla mientras sube la escalera, algo alejada, delante de mí. Termina la escalinata, llego al llano de arriba, ella se aleja, la gente se pone delante y no la veo, una chica de pelo rosa que se había cruzado delante de mí impidiendo que la viera se aparta, la vuelvo a ver, está pasando la tarjeta. Saco de mi bolsillo una de mis tres piedras de la suerte y grito:


—¡Sara!


Se gira sonriente desde el otro lado de las barreras de seguridad.


—Sabía que me dirías algo más, —contesta en tono alto, para que la oiga bien.


—¡Toma! —Le digo lanzándole la piedra, la agarra demostrando extrema agilidad.


—¿Qué es esto?


—Es una de mis piedras de la suerte, siempre las llevo conmigo, —respondo mientras paso mi tarjeta y las barreras se abren—. Siempre que tengo pensamientos negativos, las toco y recuerdo que tengo que sacar esa negatividad, —concluyo mientras llego donde está ella que, continua observando el pequeño regalo que le acabo de hacer. Llego y la acompaño en la observación de la roca; es una china redonda, amarillenta, con una capa de esmalte brillante y rayas azules que se expanden por toda su superficie—. Las compré en un mercadillo, en Italia. El japonés que las vendía me dijo que empleara esa técnica cada vez que me sintiera mal, —le digo—. Quiero que la guardes para tu viaje, así te acuerdas de mí. Te dará suerte.


—Vaya, eres un chico supersticioso, ¿eh?


—Yo no lo llamaría así. Yo lo llamaría… creyente en fuerzas desconocidas que escapan a nuestro entendimiento, —le explico, sonriendo, con otra de las piedras en mi mano, alzándola en el aire.


—Bueno, sí. Podría ser una forma de llamarlo, —contesta, mirando el reloj, momento que aprovecho para espiar el canalillo que asoma a través de la abertura que lleva su camisa beis.


Se intuyen unos senos que me hacen imaginar cosas más allá de lo que me hace sentir. La puedo imaginar en sus momentos más ardientes, su voz me saca de esos pensamientos veloces y distraídos.


 —Debo irme, Valentín. Me encantaría quedarme aquí un rato más, pero no puedo.


—Claro, yo también tengo que irme.


Miro alrededor, no hay nadie más, sólo el guardia de seguridad, nos hemos quedado solos. Le cierro la mano entorno a la piedra que le he obsequiado, sin soltarla le beso la mejilla lentamente mientras ella cede dando un empujón con su cara en la mía y nos frotamos suavemente los rostros. Se separa como quién se marcha a la fuerza y sabiendo que, si nos quedásemos un poco más, no se sabe lo que podría suceder.


—Venga, hasta la vista, Valentín, seductor, —dice, comenzando a andar.


—¿Seductor? Tú sí eres seductora, la diferencia es que no tienes que hacer nada para serlo.


—Tú tampoco, no te equivoques, guapo.


—Bueno, si tú lo dices. Pronto sabrás de mí, —le digo mientras veo cómo se va alejando. Comienzo a andar, es el inicio de la escalera que da a la calle, ella la sube y yo detrás, a escasos metros.


—Pásalo bien en tu viaje, belleza, —le comento en tono alto.


—Tú pásalo bien en todo lo que hagas, —replica, alegre.


El final de las escaleras llega y nuestros caminos se separan; de momento.



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José Lorente.


miércoles, 18 de septiembre de 2013

Su razón de existir

Y cuentan que en los días de lluvia, se la podía ver apoyada en el árbol que la vio crecer. Derramaba sus lágrimas mirando al mar, con la mano en el pecho. Gritaba el nombre de su amado difunto hasta el atardecer...


    Un día, caminaba lenta por la orilla del río que desemboca en ese océano. Sentía el caer de las hojas de los árboles a su alrededor. Un misterioso hilo de luz se abrió paso a través de unas ramas desnudas, golpeó en uno de sus ojos obligándole a cerrarlo y sacudir su rostro bruscamente. Cuando consiguió abrir de nuevo sus párpados, allí estaba él, lejos pero cerca a la vez. Parecía que el sol brillaba más fuerte a su alrededor. Tenía la mirada de un niño que está en paz. Podía leer en sus ojos la intención de llevarla con él al otro lado. Sin dudarlo, caminó hasta alcanzarle. Su familia la buscó y ya nunca la encontró, pero se dice que en los días luminosos donde el sol brilla fuerte, se les puede ver abrazados mirando al río.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Perfume. Capítulo 9

—Hola, Shibila. Soy Sara, te llamo desde el móvil de un chico que ha tenido la amabilidad de prestarme su teléfono, —dice al tiempo que me mira sonriendo. 


Continúa la conversación; habla de cómo, cuándo, y dónde han de recogerla después del trabajo. Descubro que sale de trabajar a las cinco y media de la tarde, y que, después de eso, tiene tres cosas que hacer; una clase de danza, otra de pilates, y después, una hora de gimnasio. <<Es toda una deportista, me encanta. Eso explica su esbelta y estilizada figura>>, me aclaro mentalmente.


—Vale, Shibila. Quedamos así. A las diez y media en la Plaza de Vicente Iborra, donde está Pekado. Supongo que me dará tiempo a hacer las maletas. Luego te veo. Besos, —concluye, cortando la llamada y devolviéndome el móvil—. Muchísimas gracias, —me dice sonriendo—. De no ser por ti, esta noche no podría irme a Malibú. Tengo una semana de vacaciones. Nos escapamos ahí, tres amigas y yo. Vamos a pasarlo bien.


—Vaya, qué buen destino ese. No he estado nunca, pero me encantaría poder ir algún día.


—Seguro que sí, ya verás. Yo he estado dos veces, esta es la tercera.


—Ah, genial. Tiene que ser precioso.


—Lo es.


Tuerzo el morro y un incómodo silencio se apodera del momento. No han pasado ni cinco segundos cuando dice:


—¿Eres italiano? Con ese nombre…


La miro, sonrío y contesto:


—Sí. Bueno, mis raíces son de allí, pero por parte de mi padre. Él nació en Florencia, pero de muy niño tuvo que venirse, mi madre es de aquí, de Valencia. Yo nací en esta ciudad, aunque viajo a Italia a veces, a ver a primos y tíos, pero me siento valenciano.


—Ah, interesante. Me encanta Italia. He estado en Nápoles y Venecia. Me gustaría visitar más ciudades de allí, me encanta su cultura.


—Sí, saben cuidarse muy bien y tienen un estilo de vida muy curioso. A mí, me gusta cuando voy y salgo por allí con mis primos, son la leche.


—Pues sí. Bueno, ésta es mi parada. Voy a trabajar.


—Sí, también es la mía.


—Un placer conocerte, Valentín. Y de nuevo, muchísimas gracias por el gran favor.


—¿Valentín? Max, por favor.


—Me gusta Valentín, te va mejor, —contesta, haciendo un guiño de ojo y mostrando su lengua levemente, con gesto simpático.


—Bueno, no me disgusta ese nombre, al fin y al cabo, Valentino es mi apellido y Valentín tiene que ver con él. Te dejo que me llames así, pero sólo porque eres tú, ¿eh? Y gracias a ti por facilitarme tu número. Seguramente acabas de cometer una estupidez, dándole el teléfono a un psicópata con manía persecutoria, —añado en tono de guasa.


—¡Eh! Si es así, no recibirás respuesta alguna ¡Loco! —Contesta, siguiendo la broma.


“Próxima parada: Beniferri”, se escucha en el altavoz del tren.


—Ahora sí. Bajamos ya, —dice ella con una leve expresión de pena.


—Sí, no hay otra. El deber nos espera. Dame dos besos y pásalo bien en Malibú. Pronto sabrás de mí, —le contesto, acercándome a esa cara de tremenda belleza, siendo embriagado y rodeado por ese aroma hipnótico, que hizo que la mirara por primera vez hace semanas.


La piel de su cara es fina y suave. <<Mi barba de tres días le estará pinchando>>, pienso.


—Sí, gracias. Puede que, cuando me hables, no sepa quién eres, —replica mientras roza mi cara con su mejilla.


—Te lo recordaré, —mi sonrisa intenta deslumbrar—, además, la foto que tengo puesta en el perfil del chat es inconfundible, salgo con una metralleta de loco psicópata... No lo olvides, —respondo con esa expresión pícara que muestro algunas veces.


—¡Oh, qué miedo! Tendré que huir o llamar a la policía.


—La policía soy yo, yo soy todo, —el tren se ha detenido y mi frase no ha terminado del todo cuando las puertas se abren y la gente empieza a salir.


Nos levantamos, ella va delante, parece que tiene prisa. La miro triste porque se separa de mí, pero alegre porque ya sé quién es y lo que es mejor, tengo su número de teléfono.



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