miércoles, 27 de noviembre de 2013

Giro inesperado

Había una vez, un perro muy pequeño y muy tímido. Se paseaba por la calle huyendo de todo lo que se movía, se escondía todo lo que podía, temblando de miedo. Sólo en el hogar, se sentía cómodo y seguro.


    Un día, el perrito se dio cuenta de que si seguía así, jamás encontraría una madre para sus hijos, así que, después de pensarlo con detenimiento, fue a buscar a su dueño, ladrándole con alegría para que le sacara a pasear; su amo, que lo conocía a la perfección, no entendía por qué quería salir para luego ir escondiéndose. Aun así, le puso la correa y salieron a la calle. Cuál fue la sorpresa de su dueño, al ver que, ante el primer perro que vieron, Haki, que es como se llamaba, salió corriendo a saludarle moviendo el rabo alegremente. Su actitud cambió por completo y empezó a socializar con los demás perros del barrio, tanto fue así, que Haki, en poco tiempo, se había ganado la confianza de todos y ahora cuando salía, los demás perros y perritas más guapos, querían seguirle donde fuera. Y así, consiguió el respeto y la admiración de todos, perros y dueños. Consiguió una estupenda madre para sus hijos y su dueño, Steven, conoció al dueño de ésta; él era un considerable directivo, de una importante empresa de expansión mundial, que al conocer la historia de Haki, contrató a Steven, dándole uno de los mejores puestos de la empresa. Sus vidas dieron un giro inesperado y repentino, y sus días cambiaron para siempre. Jamás tuvieron que preocuparse por nada más que ser felices y disfrutar de la vida que les había tocado vivir. Y todo por un simple cambio de actitud del perro, enfrentándose a sus miedos.



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domingo, 24 de noviembre de 2013

Perfume. Capítulo 19

Respondo a la llamada.


—Hola, ¿ya estás aquí?


—Sí, ¿dónde estás exactamente?


—Estoy sentado en el muro de la parada del metro.


—Ah, pues voy a salir justo por ahí.


—Vale, aquí te espero.


—Bien, ciao.


—Hasta ahora.


Guardo el móvil y me pongo de pie, delante de las escaleras que salen del metro. Una notable brisa sale del interior golpeando mi cara. La gente comienza a aparecer, mi olfato detecta el dulce aroma de mujer, ese que me llevó a fijarme en ella por primera vez. Sara aparece, es como si alrededor de ella brillara un halo de luz, la gente que camina a su lado parece desaparecer, sólo está ella. Lleva unos vaqueros de pitillo color azul claro, rotos y desgastados, unos tacones negros y un abrigo inglés color crema hasta las rodillas; el pelo suelto le cubre los hombros y el pecho parcialmente; un bolso negro y grande cuelga de su brazo medio flexionado. No puedo dejar de mirarla. Levanta la cabeza antes de comenzar a subir las escaleras, me ve, sonríe  y con una mano se toca el pelo. <<Qué bella es>>, me digo. Llega hasta mí, su aroma envuelve mi ser completamente mientras nos saludamos, besándonos las mejillas. Sonreímos como dos adolescentes que tienen su primera cita.


—Bueno, aquí me tienes, —dice ella, tocándose la melena con gesto elegante.


—Sí, me apetecía mucho poder verte y hablar tranquilamente.


—Eso está bien. ¿Vamos?


—Sí, necesito un vaquero, una camisa blanca, un cinturón de vestir y un abrigo. Siempre está bien la opinión de una mujer.


—Sí, claro, yo te asesoro. Yo necesito, tacones, medias, faldas, abrigo, vaqueros, gafas, pulseras, pendientes y algún perfume. No tengo de nada.


—Anda ya. Seguro que tienes el armario, que no te cabe nada más.


—La verdad es que sí, pero no me gusta demasiado lo que tengo. Necesito renovar ya.


—Que enfermedad tenéis las mujeres con la moda, Dios.


—Y los hombres con el sexo y no te digo nada, ¿o prefieres que te diga?


—No, no, tranquila, está bien así. Necesitas mucha ropa, mucha. Toda la que puedas comprar. Es más, me han dicho que los tráiler que llegaron ayer, son todos para ti, —digo con cara de pillo.


—Qué tonto estás, —contesta riéndose.


—Sí, estoy todo lo tonto que tú quieras que esté. ¿Vamos o nos quedamos aquí? A mí no me importa.


—Vamos, vamos, Valentín, picarón.


Vamos a la tienda de ropa en la que suelo comprar casi todas mis prendas. Encuentro todo lo que buscaba, ha sido fácil elegir teniendo la cartera llena. Ahora vamos a por sus compras. En este momento, un hombre debe saber armarse de paciencia y saber estar, de lo contrario, la mujer a la que acompaña, puede convertirse en un arma de doble filo, dispuesta a rajarte la yugular si no colaboras.


Soy como una mula de carga, soporto el peso de varias bolsas, me llaman al móvil, para cogerlo tengo que hacer verdaderos malabarismos. Es mi mejor amigo, Héctor. Sara me mira y me echa una mano con las bolsas, para que pueda atender la llamada.


—Cógelo, anda, —me dice mientras me quita peso de las manos.


—Gracias, —contesto—. Dime, Héctor.


—¿Qué pasa, Max? ¿Qué haces? ¿Te apetece que vayamos a tomar unas cervecitas mañaneras, o qué?


—Pues… me encantaría. Pero no puedo, estoy en el centro con una amiga, de compras. Si quieres, esta tarde te digo algo.


—¿Qué amiga? ¿Desde cuándo vas tú de compras con amigas? Eso es nuevo. ¿Quién es? No será esa del metro, ¿no?


—Luego hablamos, mejor. Ahora estoy un tanto ocupado, o mejor dicho, cargado.


—Bueno, venga. Esta tarde te llamo de nuevo. Hablamos.


—Vale, hasta luego, Héctor, gracias. Un abrazo.


—Adiós.


Sara me mira sonriendo, mientras agarra en sus manos una nueva falda que llevarse al probador. Parece que ha estado atenta a la conversación.


—¿Sabes? Siempre es bueno tener amigos, y si son de los que te llaman para tomar cervezas un sábado por la mañana, mucho mejor.


—Sí, estoy de acuerdo. Lamentablemente, de esos hay muy pocos. Conforme van pasando los años, quedan menos. ¿Cuántas amigas de esas tienes tú? Apuesto a que no superas las cinco.


—Es verdad, yo diría que sólo tengo dos. ¿Y tú?


—Yo tengo tres, el que ha llamado, es uno de ellos.


—Pues qué bien. Eso quiere decir que eres un chico sociable, me gusta.


—Claro, me encanta estar con amigos. Tomar unas cervezas y reír. Para mí, es un poco la esencia de la vida.


—No puedo estar más de acuerdo.


—Oye. ¿Te apetece que comamos juntos?


—Sí, ¿por qué no iba a apetecerme?


—No sé, yo sólo pregunto.


—Muy bien, eres educado, ¿eh? ¿Dónde te apetece comer?


—Bueno, viendo el día tan soleado que ha salido, apetece comer en alguna terraza. ¿Te parece?


—Eso es perfecto, estaba pensando lo mismo.


—Vale, conozco un sitio que te encantará.


—Seguro que sí.


Visitamos varias tiendas más y llega la hora de comer. Mi estómago pide a gritos algo sólido y consistente que llevarme a la boca. Hace rato que estoy pensando en la comida, en el sitio ese que me encanta. No está muy lejos, podemos ir andando.


Llegamos al lugar, cargados con bolsas, algo cansados, con hambre y sedientos. Es un restaurante en una de las calles céntricas de la ciudad. Sus mesas y sillas de mimbre blanco brillan al sol, cubiertas por sombrillas enormes de color blanco también. En cada mesa, hay una vela de diferente diseño; unas planas y negras; otras altas y grises; otras doradas y ovaladas, y así, varios modelos y colores. Los camareros visten traje negro con delantal del mismo color y pajarita blanca. Nos sentamos en una de las mesas libres, una que recibe una cantidad considerable de sol, hace frío y se agradece. Llega el camarero, nos trae la carta y nos pregunta qué queremos beber.


—¿Te gusta el vino? —Le pregunto a Sara.


—Me encanta el vino.


—Vale, ¿te importa que elija yo?


—Para nada. Por favor, escoge. Yo no entiendo mucho, tú sí, ¿verdad?


—Bueno, algo entiendo, sí, —contesto, guiando mi atención hacia el camarero. Tomaremos un Beronia, reserva de 2006.


—De acuerdo, señores. Ahora les tomo nota de la comida. Les sugiero nuestra especialidad en tapas: cangrejo de río adiamantado, con salsa de ostras.


—¿Eso qué es? —Pregunta Sara.


—No te preocupes, ahora lo verás. Pónganos una de cangrejos, mientras decidimos los platos principales, —le digo al camarero.


—Muy bien, —contesta éste, retirándose a cocina.


—Max. ¿Te puedo hacer una pregunta?


—Sí, claro. Dime.


—¿Crees que podríamos pasar el fin de semana juntos?


—¿Cómo?


—No hagas que esto sea más difícil para mí. Ya me has oído. ¿Te gustaría?


—Claro que me gustaría pero, ¿no es un poco precipitado? ¿No sois vosotras las que siempre decís, que os gusta esperar un poco antes de pasar una noche juntos?


—Sí, Valentín, eso es lo normal pero, yo no soy una chica normal, ¿o es que no te has dado cuenta ya?


—Bueno, diciéndome estas cosas, puedo llegar a esa conclusión, sí. Hacemos una cosa. Vamos a dejar que las cosas vayan por su camino. De momento, estoy de acuerdo en compartir mi fin de semana contigo. Supongo que seguiré igual. Ahora, ¿te puedo hacer yo otra pregunta a ti?


—Sí, por supuesto.


—¿Qué hacías ayer por la tarde, a eso de las ocho y media?


—¿Por qué preguntas eso?


—Por curiosidad. ¿Puedes responderme?


—Sí, claro que puedo. Estaba en…



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José Lorente.


miércoles, 20 de noviembre de 2013

La manada

Pensando en cómo los seres humanos, tendemos a hacer las cosas a las mismas horas y en los mismos sitios unos y otros, se me plantea una duda, ¿acaso es tan difícil ser una persona original y desmarcarse un poco del resto?


    Para responder a esta pregunta, me dirijo a uno de los centros comerciales cercanos a mi casa, en un día y a una hora, en las que la gente suele salir de casa e ir allí. Una vez en el sitio, me siento en un banco a observar el movimiento y comportamiento de las personas que vienen y van.


    Después de un buen rato mirando con detenimiento a cada individuo, familia, o grupos de amigos, me llama la atención un chico, que parece comportarse de diferente manera al resto.


    Las familias llegan; el padre camina tranquilo, la madre, cargada con el bebé o con el carro; los hermanos corretean y juegan alrededor, es un momento de caos para los padres, pero a él, parece importarle más el teléfono móvil o la televisión que tiene que mirar para su posterior

domingo, 17 de noviembre de 2013

Perfume. Capítulo 18

Abro los ojos, veo el vaso de agua que hay en la mesa, la diferencia es, que ahora, está bañado por luz natural y no artificial. <<¡Mierda, te has quedado dormido! Has dormido aquí>>, salta la voz interna. Continúo mirando, estoy en la misma posición en la que estaba al terminar ayer, sentado. Una manta roja cubre la mayoría de mi cuerpo, mis pies están helados. <<Qué mal te sienta el alcohol, te da somnolencia, —añade la voz de mi cabeza—. Esto no habría pasado si no hubiese bebido>>, pienso. Cojo el móvil para mirar la hora; las ocho y treinta y seis de la mañana, debajo de la hora, mensajes de whats app sin leer, son de Sara. Los abro:




Sara Robledo


últ. vez hoy a las 3:13






Cuando vuelvas te veo,


no? 18:00




Pásalo genial, bombón 18:00




Muaaaaa 18:01


Sí, bonito. Cuando vuelva


hablamos 21:34




Y no me digas esas cosas


que me ruborizas demasiado 21:34




Ya te contaré qué tal va


mi viaje 21:34




Cuídate mucho, guapo 21:35




Un besazo, muakss 21:35


Está bien, preciosa,


ten cuidado por allí 8:38




Muaa 8:38




Cierro el chat. <<Esa chica miente, —resuena mi voz interior—. Pero… me gusta tanto>>, me digo. Me levanto, hago dos estiramientos, me visto mientras miro la casa de Sandra, con la luz del nuevo día entrando por las ventanas. Es muy luminosa, incluso más bonita que de noche. Termino de vestirme, voy a la habitación para comprobar que Sandra está durmiendo. Saco el móvil de nuevo y le dejo un mensaje, para que sepa que me he ido y por qué. Salgo, busco el bar más cercano para tomar un café con leche y leer el periódico. Es un sitio de lo más convencional, el típico bar de almuerzos, con la televisión a todo volumen y tres o cuatro clientes habituales sentados en la barra. Me pongo en una de las mesas, lo más alejado posible, para estar tranquilo. Es sábado, el ambiente huele a día libre y de repente, me surgen unas ganas inmensas de ir a dar una vuelta por las tiendas del centro. <<Es pronto todavía, hasta las diez no abre ninguna tienda>>, pienso. Saco el móvil, son las ocho y cincuenta y siete. <<Puedo esperar una hora aquí, no me importa. No tengo prisa>>, me digo. Pido un cruasán y un zumo de naranja para completar el desayuno y que el tiempo se pase más ameno. Sin querer, puedo escuchar la conversación que tienen los de la barra con el camarero. Hablan de que, la mujer de uno de ellos, se ha ido con otro tío, después de veinte años juntos y tres hijos en común. El pobre hombre, está angustiado y desalmado, se puede percibir su desgracia sólo con mirarlo. Medio zumo después y siete noticias del periódico más tarde, noto vibrar el móvil en mi bolsillo. Lo saco, miro la pantalla, es Sara mediante whats app, lo abro:




Sara Robledo


En línea








Está bien, guapa,


ten cuidado por allí 8:38




Muaa 8:38




Buenos días, caramelo 9:23




Qué soso estás, ¿no? 9:23




Cualquiera diría que


se te ha muerto alguien 9:23




¿Te ocurre algo? 9:24




Buenos días 9:26




No, no me pasa nada 9.26




¿Por qué lo dices? 9:26




Ah, no, por nada.


Tranquilo, ¿eh? 9:27




Hablamos en otro momento


si quieres 9:27




No, tranquila 9:27




¿Qué tal ayer? ¿Ya has


llegado a Malibú? 9:28




Que va. Al final, he perdido


el vuelo. No ha servido de mucho


que me dejaras llamar, gracias


de todos modos 9:28




¿Cómo? ¿Qué pasó? 9:28




Y no digas que no sirvió de


nada que te dejase mi móvil.


Ha servido para poder hablar


tú y yo 9:29




¿Te parece poco? 9:29




Bueno, eso sí,


no lo niego 9:29




Pues… ayer por la tarde,


una de las amigas con las que me iba,


tuvo un accidente con la moto. Nos


avisaron por la noche, cuando casi nos


íbamos 9:30




Ala, ¿sí?


pero, ¿está bien? 9:30




Sí, sí. No le pasó nada grave, pero


con el susto y eso, decidimos cancelar


el viaje 9:30




Ya te lo contaré con más calma 9:31




De acuerdo, no te preocupes.


Lo importante es que tu


amiga está bien 9:31




Sí, eso es lo que importa 9:31




El viaje puede esperar, ya habrá


otro momento 9:32




¿Y tú qué? ¿Qué te pasa que


estás tan serio? 9:32




No, no es nada. Solo estoy


un poco dormido aún 9:33




Vale, genial 9:34




Oye, ¿qué haces hoy? 9:34




¿Te apetece que nos veamos? 9:34




Me lo has quitado de


la boca 9:35




Ahora mismo estoy


en un bar desayunando 9:35




Después iré a dar una


vuelta por las tiendas,


a ver si me compro algo de


ropa 9:36




Ah, estupendo. Pues, si quieres


te acompaño. Me encanta ir


de compras 9:36




Me parece perfecto 9:36




¿Quedamos en la plaza de


Ruinas? 9:37




Cierro el chat con una sonrisa inevitable en la cara. <<Me ha propuesto vernos, no he tenido que decirle nada. Qué mujer. Pero, ¿quién sería el chico con el que estaba ayer? No sé si tiene novio, —pienso—. Tienes que andarte con cuidado>>, agrega la voz interna. Suena de nuevo el móvil, es ella.




Vale, dame media hora y estoy ahí 9:39




Ok, avisa cuando llegues 9:41




Un beso. Mua 9:41




Guardo el móvil y llamo al camarero. Un hombre gordito, calvo y con una barba muy graciosa.


—Señor, ¿qué le debo?


—Serán, seis con cincuenta euros.


Le pago mientras el móvil vuelve a vibrar. Lo cojo después de que el camarero se retire de mi lado.




Muy bien, ahora te llamo 9:46




Muakss 9:46






Me levanto, salgo de la cafetería. Me planto en el borde de la acera para llamar un taxi. Me monto en uno. Suena su radio, con frecuencia de taxistas, todo el tiempo.


—A la calle Colón, por favor, —le digo.


—Muy bien, —contesta el taxista; un hombre de mediana edad, con gafas y pelo muy canoso para los años que aparenta.


El coche se mueve, miro las calles por la ventana; gente con sus perros paseando, familias con el carro del bebé, una congregación de gente disfrazada, llama la atención el disfraz de Espinete gigante.


—Es una fiesta de disfraces organizada por el ayuntamiento, dotan con un premio de seiscientos euros al disfraz más grande y original, —dice el taxista, observándome por el retrovisor del coche.


—Ah, pues… el de Espinete se lo llevará, seguro. Es igual que el de la serie pero del tamaño de una farola, —contesto, sonriendo y observando el monigote de púas rosas.


Llegamos a Colón, pago al señor del taxi. Al bajar, por mi estómago pasea una sensación, como si una bandada de colibríes, estuviesen revoloteando en mi interior; mi corazón da tres golpeteos fuertes y se acelera. <<Todo es por ella, por estar a punto de verla>>, intenta tranquilizar mi voz interna. Camino hacia la plaza de Ruinas, mi nerviosismo va en aumento. Saco el móvil; las nueve y cincuenta y seis. Segundos después de guardarlo vuelve a vibrar, esta vez sin parar, lo saco; es ella, Sara, no deja de llamar.



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