miércoles, 26 de febrero de 2014

La niña que pensaba en marionetas

En el pequeño teatro, de una pequeña localidad, de un gran país, tenía lugar un espectáculo de muñecos de trapo. Lucía, una niña de seis años, estaba sentada entre el público, observando embebida aquel curioso espectáculo.


    Las marionetas bailaban, gritaban, lloraban, reían, <<¿cómo es posible que puedan hacer todo eso? Si son de trapo>>, pensaba Lucía con la boca abierta.


    Después de la función, volvió a su casa, de la mano de su inseparable madre. Al llegar quiso saber más sobre lo que había visto.


    —Mamá, ¿cómo pueden hablar unos muñecos?


    —Es la magia del teatro, hija. Allí, todo es posible.


    —Pero, ¿por qué mis muñecas no hablan?


    —Porque no están en el teatro.


    Lucía se quedó meditando largo rato; quería que sus muñecas hablaran e hicieran todo lo que había visto en el teatro. Se fue a jugar con ellas, pero nunca cobraron vida. Les recreó un mini teatro, pero aquellas siguieron sin hacer nada. Lucía se enfadaba cada vez que sus muñecas no cobraban vida. Hasta que un día, el milagro ocurrió, después de dos años tratando de recrear el ambiente exacto al del teatro, las muñecas al fin despertaron de su letargo y comenzaron a hablar con

domingo, 23 de febrero de 2014

Perfume. Capítulo 32

Llego a casa, cuelgo las llaves, desanudo la corbata, pensando en darme una ducha caliente, pensando en Sara.


—¿Sara? —Grito, no encuentro respuesta.


Avanzo hasta el salón, no está. La busco por toda la casa, gritando su nombre, sin respuesta. Parece que se ha ido. <<Me dijo que me esperaría aquí, ¿por qué se habrá marchado?>> Pienso mientras busco mi móvil en el bolsillo. Abro el whats app en busca de algún mensaje que se haya colado, no hay nada, sólo uno de la pesada Mariela, diciéndome que por qué no contesto; hago caso omiso. Busco el nombre de Sara y la llamo. Diez tonos después la llamada se corta, no responde. Reincido, obteniendo el mismo resultado. La intriga me recorre la consciencia, paseándose como una serpiente en busca de su presa. No logro entender por qué se ha ido, <<ha estado diciendo que se quedaría todo el fin de semana, pasara lo que pasase. No está cumpliendo>>, me atormento, pensando que puede ser algo mentirosa, recapacito en las palabras de Paula. Pero no, no tengo motivos para desconfiar, ella sólo ha estado portándose demasiado bien. Tener conjeturas sin pruebas concluyentes no me lleva a ninguna parte, eso siempre es así. Su motivo tendrá para haber desaparecido de esa manera. Cambio el chip y voy directo a la habitación, me desvisto y me meto en el jacuzzi. Tengo tanta necesidad… —Oh… —suspiro, hundiéndome en el agua espumosa—. La música clásica suena, el aroma dulce de las velas me embriaga. Mis ojos pesan demasiado.


Voy corriendo por un camino de tierra, sólo se escuchan mis fuertes pasos y un pájaro misterioso que canta entre los árboles de alrededor; es un canto desconocido, pero tiene cierto sentido y concordia. No sé por qué corro, pero lo hago, llevo unas zapatillas de deporte rotas y un chándal medio desgarrado. Estoy sucio, mi cuerpo apesta, parece que no he parado de correr desde hace años. Me toco la cara; mi barba mide al menos treinta centímetros. Yo diría que soy un Forest Gump moderno. De pronto me detengo. El pájaro deja de cantar, ahora se escucha el sonido de una cascada al romper con el supuesto lago en donde cae. Delante de mí brota vapor de agua, parece que he encontrado lo que buscaba. Camino despacio hacia la bruma, esperando encontrar aquello que he venido a buscar. Cuando quiero darme cuenta, ya no puedo ver a más de dos metros de distancia, por la densidad de la niebla. La catarata suena cada vez más. No sé por qué, pero el sigilo es mi mejor arma en este momento, no quiero hacer nada de ruido. Llego a un punto en donde la niebla desaparece y todo ha cambiado, parece que me encuentro en algún lugar de Valencia, en una avenida muy concurrida donde hay gente paseando y coches rezumbando. Veo a dos hombres hablando entre ellos, uno le pasa algo al otro, bajo mano. Parece algún tipo de trapicheo ilegal. Enseguida me doy cuenta de que uno de ellos es Héctor, en ese momento se gira hacia mí, me mira y sonríe, enseñándome lo que le acaba de dar ese hombre de traje gris, pelo canoso y bien peinado. Un instante después, me encuentro en el cruce donde ocurrió el accidente de Héctor, pero no estoy dentro del taxi, estoy viendo todo desde otro ángulo. Veo pasar el coche, conducido por esa chica, al lado va Héctor, le está hablando efusivamente mientras le muestra algo en el móvil, entonces ocurre; veo el taxi en el que voy montado con Sara llegar al cruce, irrumpe en la trayectoria del coche de Héctor y éste se estampa contra el árbol de la acera. De nuevo, los trozos de Héctor incrustados en el árbol cobran vida, dirigiéndose hacia mí, gritando mi nombre. Horrorizado, salgo corriendo. Otra vez corro por el camino de tierra, sin rumbo, sólo corro y corro y el pájaro canta. Otra vez la cascada, la historia se repite, en el momento de esclafarse el coche en el árbol todo desaparece y me veo en el jacuzzi, con las velas casi consumidas y la música sonando suave; un Frank Sinatra, que dice estar viajando por muchos de los caminos y más, a su manera. O algo así. <<Realmente debería ir a un especialista del cerebro, no es normal lo que está sucediendo. Esas visiones son demasiado vívidas como para ser imaginación pura. Algo ha pasado desde que murió Héctor, no entiendo nada. Ya está, sal del baño y vete en busca de tu amigo Joe, él sabrá a quién recomendarte, conoce a tantos loqueros que de seguro da con el más acertado>>, cavilo, desconcertado.


Salgo del baño, me aseo, me pongo ropa cómoda y llamo a Joe, para contarle lo que me está pasando. El tono suena tres veces antes de que conteste.


—¿Qué pasa, Max? ¿Cómo lo llevas? Hace tiempo que no sé nada de ti.


—Hola, Joe. Sí, estoy bien, he andado muy liado últimamente.


—Me alegro. Dime, ¿cuál es el motivo de tu llamada? Desde que terminamos la universidad no me has llamado para nada que no sea pedirme consejo sobre algo. ¿De verdad estás bien?


—A decir verdad, no, para nada estoy bien. Verás, te llamo porque… —Le cuento la historia de mis visiones desde que murió Héctor. Él escucha atento, son tantos los casos que ha llevado, que para nada piensa que esté loco. Ha visto demasiadas cosas raras en esta vida, él sabe cosas que nadie sabe, tiene un don natural de nacimiento, es inexplicable y difícilmente creíble. Para mí quedó demasiado claro que puede percibir cosas que nadie puede un día en la universidad. Por aquel entonces, yo era el típico estudiante de veintiún años, que se toma muy en serio sus estudios. Joe venía a mi clase, pero nunca habíamos hablado nada más que los típicos <<hola>>, o algún comentario de cuál había sido el resultado matemático de cierto problema en el examen. Un día, estaba yo en uno de los descansos entre clase y clase, fumando un cigarrillo y repasando unos apuntes, sentado en el suelo, cuando Joe se acercó por detrás y me dijo:


—Oye, Max, —me giré y le presté atención, dejando lo que estaba haciendo—. Sé que, lo que te voy a decir te parecerá extraño, pero tienes a tu abuela María detrás de ti, casi siempre está contigo, pero hasta hoy no me había pedido que te lo dijera.


—¿Cómo? ¿De qué diablos hablas? —Fruncí el ceño mientras un repeluzno caminó por mi cuerpo al escuchar el nombre de mi difunta abuela saliendo de los labios de ese compañero tan misterioso.


—No te escandalices, pero ahora mismo me está mirando con cara de compasión, quiere que me creas y me está dando pistas para ello.


—¿Cómo sabes su nombre? Esto es muy raro.


—Me dice que si recuerdas cuando tu madre se iba a trabajar y ella te recogía en el colegio, siempre llevaba caramelos, sí, esos que tu madre te prohibía. Te los daba y te decía que ese era vuestro gran secreto.


Por mi cabeza pasaron infinidad de recuerdos, de tardes con mi abuela en el parque, comiendo aquellos caramelos que sólo he conocido de manos de ella, en ningún sitio de ninguna parte del mundo en las que he estado he podido encontrarlos. En ese momento, supe que Joe era un tipo bastante peculiar. La siguiente clase nos la pasamos en una cafetería cercana, hablando sobre mi abuela. Me daba mensajes que ella le dictaba, me hizo saber que ella era mi protectora, que siempre andaba detrás de mí. Joe se convirtió en un libro abierto para mí, y en un medio de comunicación con mi estimada abuela durante dos meses. Después de ese tiempo, ella le dijo que no podía volver a hablar conmigo, que era mejor que yo siguiera mi camino, sabiendo que ella estaba ahí. Nunca olvidaré aquello. Joe ha sido como una vía de escape para mí, siempre que me ha pasado algo inexplicable, él ha sabido darme alguna explicación al menos lógica y razonable para su percepción.


—Max… Max… amigo. Sufres lo que se llama, diferencial radiomagnético. Lo que no está nada claro, es que veas esas visiones mientras estás despierto. No me cuadra, de normal toman forma en los sueños, sin más. Pero en tu caso… es la primera vez que me encuentro algo así. Claro, también he de decirte que no todo el mundo ha sido como tú.


—¿A qué te refieres?


—Me refiero que yo no puedo ver a todos los ángeles de la guarda de todo el mundo, sólo los veo en personas a las que yo llamo <<neutras>>, como tú. Por lo general, sois personas con un alto grado de comprensión hacia todo lo que os rodea. Percibís ciertas cosas que los demás no perciben, pero tampoco sabéis explicarlo, simplemente existe en vuestro subconsciente. Que veas esas imágenes, me hace pensar que tenía que llegar un acontecimiento como ese, para que te dieras cuenta de que tienes ese don.


—¿Un don parecido al tuyo?


—Yo diría que idéntico al mío, Max. Quizá sea el principio, quizá no te pase más, pero es un hecho que no suele pasar sin que signifique algo en concreto. Que esos hombrecillos con forma del cuerpo de tu amigo te digan tu nombre repetidas veces y descalifiquen tu persona, podría ser un claro ejemplo de que algo estás haciendo mal, pero no mal de equivocarte sin más, no, mal de fatal, algo que puede ser trascendente para tu vida. Piensa, algo habrá en tu vida de lo que sientas que no tienes el control, ¿no?


A mi cabeza viene instantáneamente la imagen de Sara, la dulce y bella Sara. Es increíble la forma en la que ha entrado en mi vida, pero también es increíble la habilidad que tiene para desconcertarme.


—Sara, —le digo a Joe—. Es una chica que he conocido… —largo la historia.


—Entiendo, que haya venido a tu mente como primera opción de algo que escapa a tu control, quiere decir mucho, yo de ti me andaría cauto con esa chica, mi intuición me dice que tiene relación directa con los mensajes que te manda Héctor desde el más allá.


—Está bien, Joe. Pero dime qué cojones tengo que hacer cuando me aparezcan esas visiones, me están atormentando, tío, de verdad.


—No tienes que hacer nada, sólo aceptarlas como parte de tu vida, y escucharlas como parte de una ayuda que recibes por bondad de otros que te quieren, no te lo tomes de otro modo.


—Entiendo, intentaré estar entero cuando pasen cosas raras en mi cabeza. Me has sido de ayuda, como siempre, Joe. A ver si nos vemos un día de estos.


—Está bien, Max. Cuando quieras nos reunimos a pasar uno de esos ratos tan amenos que pasábamos antaño. Un abrazo enorme, y no te atormentes, todo pasa por alguna razón en esta vida, nada es aleatorio. Lo sabes, ¿no?


—Sí, era tu frase favorita, y nunca la he olvidado, gracias por todo, amigo. Otro abrazo para ti, cuídate.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.



miércoles, 19 de febrero de 2014

El librero triste







Rodolfo Amalma era dueño de la librería “El libro de tu vida”, en un céntrico barrio de York, junto al Dean´s Parks, en el Reino Unido. Allí, la vida transcurría tranquila. Todos los días abría su tienda para atender a los fieles clientes que tenía; cada vez eran más los que se desplazaban a los grandes almacenes a comprar sus obras literarias y la tienda iba perdiendo esplendor con el paso de los años.


    Rodolfo tenía 55 años, pero vivía con la ilusión de un chaval de pocos más de veinte. Su tienda, poco a poco se iba consumiendo, devorada por las llamas del consumismo moderno. Todos los clientes que tenía eran viejos, rara era la vez que alguien joven pisaba la librería. A Rodolfo le daba mucha pena, recordaba los tiempos anteriores, cuando la gente no tenía medio de transporte y todo lo necesario para vivir, se compraba en las tiendas del barrio; sus libros seguramente estarían llenando estanterías en la mayoría de casas antiguas de la ciudad, pero eso ya no pasaba. Él no dejaba de pensar en hacer algo para atraer a un público más joven, que le diera vida de nuevo a la que fue una de las más célebres librerías de todo

domingo, 16 de febrero de 2014

Perfume. Capítulo 31



Llego al tanatorio, voy en busca de Paula, Concha y Ramón. Mientras esquivo personas para llegar, una mano me coge el antebrazo, me giro; es Luan, acompañado por Zaira. Luan es amigo del grupo desde la infancia, pero traicionó a Héctor, trató de conquistar a la que era su novia, y lo consiguió, es ella, Zaira. Hacía tiempo que no sabía de ellos, tampoco me interesaba. Ahora están aquí, no logro entenderlo, sus caras rebosan culpabilidad y arrepentimiento. Luan se abalanza sobre mí, dándome un abrazo al que no correspondo, Zaira me da una caricia en el hombro, la miro, con más odio que comprensión.


—¿Qué hacéis aquí? —Digo, con tono serio.


—Nunca hemos dejado de pensar en lo que sucedió, Max. Nos hemos enterado y hemos venido lo más rápido que hemos podido. Sabemos que lo hicimos mal, pero Héctor nunca ha desaparecido de nuestro recuerdo, Dios, nos hemos criado juntos. Se me cae la cara de vergüenza, pero no podía faltar a su despedida, ella tampoco.


—Aquí nadie os echa de menos, vuestra ausencia habría pasado desapercibida, al menos para mí. Suerte tenéis que su familia no sabe nada de lo ocurrido, haré como que no pasó nada, por respeto a ellos, pero no esperéis que os trate como si nada, el día que os descubrí, terminasteis para mí, los dos. Así que, desaparece de mi camino y no te acerques demasiado, ya tienes a tu novia, —mis ojos giran hacia Zaira, clavándose en ella, como dagas afiladas que quieren destriparla.


—Lo siento, Max, —dice Luan, agachando la cabeza. Ella ha evitado mi mirada, no es para menos.


No respondo, me doy la vuelta y desaparezco entre la gente, sigo mi búsqueda familiar.


Veo a Paula, está apoyada en el hombro de su madre, con la mirada perdida, ausente, sus ojeras están ennegrecidas. Concha lleva unas gafas de sol, y Ramón, está mirando el féretro. Hago un gesto de compasión con la cabeza. Paula me mira, se separa de su madre y se tira sobre mí, su llanto se desborda, mi olor siempre le recuerda a su hermano, usábamos el mismo perfume.


—Max… —sollozos bañan esa palabra—. Por favor, acompáñame fuera, necesito tomar el aire.


—Está bien, tranquila, vamos, —contesto, apoyando mi mano en su espalda y dándole paso.


Salimos a la calle, ella se aparta de la gente, se apoya en la pared y enciende un cigarrillo, sus manos tiemblan.


—Deberías dejar esa mierda, —le digo.


—Lo sé, —contesta sin mirar—. Lo estoy dejando, pero ahora mismo lo necesito.


—Ya. ¿Cómo te encuentras?


—Bueno… No he podido dormir. No sé lo que pasa, es una sensación muy extraña, Maxi. Ayer comía con mi hermano y hoy ya no está; no sé, supongo que es cuestión de hacerse a la idea.


—Sí, poco a poco. No te preocupes, era su momento, nadie podía esperarlo, tampoco podíamos evitarlo. Sólo nos queda guardarle en el recuerdo como la persona que fue.


—Sí, supongo que tienes razón, —una calada larga sigue a esa frase, sus ojos miran al cielo, enrojecidos, luego vuelven a los míos—. No ha venido, ¿verdad?


—¿Quién?


—Sabes perfectamente quién.


—No, no ha venido.


—Gracias. No lo hubiera soportado. Cuando todo esto acabe, voy a necesitarte, no sé si tu putita estará de acuerdo.


—No la llames así, no es ninguna puta. Y, déjalo ya, no es momento de hablar de esos temas. Sabes que me tienes para lo que te haga falta, pero por favor, no me tortures. Yo también lo estoy pasando fatal. Anoche entraron a robar a mi casa…


—¿Cómo? ¿Qué pasó? Lo siento.


—Cuando llegamos, después de estar aquí… —se lo cuento todo.


—Vaya… Lo siento mucho. ¿Has pensado que quizá ella tenga algo que ver?


—¿Sara? Por supuesto que no. No ha dejado de cuidarme desde que la conozco. Además, ella estaba aquí, conmigo.


—Por eso mismo, Max, verás… hay algo que no te he contado.


—¿El qué?


—Ya sabes lo mucho que te quería mi hermano, ¿no?


—Sí, claro, ¿por qué?


—Anoche, mirando su móvil, buscando sus últimas conversaciones, encontré algo que te incumbe.


—¿Cómo? —Frunzo el ceño.


—Sí, en tu conversación de whats app con mi hermano, había un mensaje escrito, pero sin enviar. No sé si no llegó a enviártelo porque en ese momento se mató, o simplemente se quedó sin cobertura y lo dejó ahí, esperando a tener conexión, no lo sé.


—Pero, ¿qué decía? ¿Adónde quieres llegar?


—Decía: Max, tenemos que hablar, hay algo importante que tienes que saber. Es sobre esa chica del metro con la que estás. He descubierto algo sobre ella. Por favor, ándate con ojo. Cuando puedas me llamas. Nunca llegó a enviártelo, no sé a qué se refiere, por eso te digo, que quizá ella tenga algo que ver, no sé qué pensar.


Al escuchar todo eso, de repente, los Héctors en miniatura que me vienen atormentando desde ayer, vuelven a hacer aparición. Esta vez, están todos en círculo, bebiendo cerveza y gritando: ¡Por Max! Sacudo mi cabeza, la visión desaparece. Paula está ahí, mirándome con inquietud.


—Pero, no sabemos a qué se refería tu hermano. Está claro que algo descubrió; algo que no parece ser bueno, pero puede ser cualquier cosa. Recuerdo cuando me dijo algo parecido de Romina, le puso tanto misterio, que consiguió que desconfiara de ella. Al final resultó ser, que la chica había estado en su pasado con un hombre adinerado, un futbolista famoso, nada más. Vete a saber lo que era esta vez. Ya te digo que Sara es una buena chica, no sé por qué desconfías de ella.


—Llámalo intuición femenina, cielo. Nada más. Ojalá me equivoque.


—Eso espero.


—Ten cuidado, ¿lo harás?


—Descuida.


—¿Cuidarás de mí en estos días?


—Haré todo lo posible, ya lo sabes.


—Bien, cielo, gracias, —tira el cigarrillo y se abalanza sobre mí, abrazándome de nuevo, es un abrazo más tierno, no tan dolido.


Volvemos dentro. El funeral transcurre, me encuentro con otros amigos a los que hace bastante que no veía. Todos están bastante afectados por la noticia. Héctor era un tipo que se ganaba el cariño y respeto de la gente que le conocía, exceptuando al maldito Luan, y su maldita Zaira, claro.


Termina el entierro, la gente se dispersa, yo me quedo hasta el final; hasta que sólo quedan familiares directos. Paula no se ha separado de mí, sus padres la sienten segura mientras está conmigo, en realidad, Ramón siempre me ha expresado lo contento que estaría de tenerme como novio de su hija; siempre he sido esquivo ante esas declaraciones. Concha, sin embargo, nunca me ha dicho nada, pero sé a la perfección, que no tiene secretos con su hija. Lo sabe todo.


Después de estar con la familia hasta el final, llega el momento de volver a casa. Me siento bastante mejor, voy de camino pensando en encontrarme a la perfectísima Sara en mi casa, como una princesa de un cuento todavía sin escribir; como esa muchacha inmejorable, que me rodea de felicidad.




No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.



miércoles, 12 de febrero de 2014

La cara más amarga de la ley

Era un día en la sala de aprobación de leyes constitucionales de un país, del que no hace falta pronunciar nombre. Se estaba debatiendo la decisión de aprobar una nueva reforma en la ley del aborto. Marisa; una joven diputada con las ideas muy claras, estaba defendiendo la nueva reforma, que dictaba penalizar con cárcel a aquellas mujeres, que decidieran no cargar con el peso de una barriga que va en aumento hasta los 9 meses, como todos sabemos. Después de varias acaloradas discusiones entre los miembros del congreso, se decidió aprobar la ley, Marisa quedó contenta porque era lo que ella consideraba como justicia. Según ella, nadie tiene derecho a acabar con una vida ajena, aunque esta ni siquiera haya visto la luz del sol, aunque ese futuro ser humano haya sido no deseado o por causas que escapan al sentido común; puede haber muchas razones por las cuales una mujer con instinto maternal decide no pasar por un embarazo. Hasta ahí todo bien.


    Semanas después, Marisa iba caminando por la calle cuando se dio cuenta de que un hombre la estaba siguiendo. Marisa, asustada, aceleró el paso, comprobando que ese hombre también lo hacía. Ella sacó su móvil y llamó a su marido, pero éste no contestó. Al llegar a un lugar de la calle poco concurrido, el hombre hizo un movimiento brusco y se abalanzó sobre ella, agarrándola y forcejeando hasta que la guio hacia un callejón donde la luz brillaba por su ausencia. Abusó de ella, la violó y le robó todo lo que tenía. Marisa volvió a casa traumatizada, ese hecho tan desagradable no se le borraría jamás de la

domingo, 9 de febrero de 2014

Perfume. Capítulo 30

Su pierna se alza rozando mi cadera, una de sus manos aprieta fuerte el cuello de mi pijama, tirando hacia ella. Me besa demasiado sexy; su otra mano está haciendo fricción en mi pene por encima del pantalón. Me gusta demasiado y sí, es definitivo, el zumo se quedará a medio hacer…


La fuerza que empleamos cada uno con nuestras bocas en el empuje hacia el otro, es como si fuese la última vez que tienes oportunidad de dar un beso apasionado a alguien, sólo que esto es fruto de la extensa atracción que existe entre ambos. Rodamos por la cocina, me estampa contra la nevera, tan fuerte, que algo en su interior ha caído, se ha escuchado el ruido. Su pierna vuelve a subir, atrapándome y empujándome hacia ella; estoy tan excitado que le arranco la camisa de un tirón, varios botones saltan al suelo; ya los coserá Marisa, la asistenta. Descubro que no lleva ninguna clase de ropa interior, eso me pone más eufórico. Sus pechos bailan frente a mí, aprieto uno con mi mano, lo estrujo fuerte, lo succiono como si fuese un flan de medio kilo y tuviera que comerlo de un bocado. Ella gime, levanta su mentón, aprieta más con su talón en mis nalgas, su mano me está masturbando, ya ha pasado la barrera del pantalón. Subo con mi lengua, pasando por su cuello, su oreja y la beso; nos faltan lenguas para tratar de ganar esta dulce guerra. Paseo mi mano por detrás de sus tersas nalgas, presiono fuerte, tanto, que la levanto del suelo; aprovecho para cogerla por detrás de sus rodillas, sus piernas ayudan, abriéndose ante mí. La tengo en brazos, se ha visto obligada a soltar mi miembro, me sonríe con picardía y sensualidad. Hace un pequeño esfuerzo, alargando su brazo, para introducirme dentro de ella; los dos rugimos de placer después de fundirnos en uno. Lo movimientos comienzan suaves, intensificándose a medida que avanzamos. La nevera se mueve, se levanta del suelo; los objetos de su interior suenan, cayendo; algo se ha roto. Paramos, nos reímos y pasamos de ese hecho, es demasiado bueno como para detenerse a preocuparse por un hipotético bote de mermelada roto. Salgo de ahí, con ella en brazos, sin salir de su interior. La estampo en el banco de la cocina, ha tomado el mando. Comienza sus peligrosos movimientos diabólicos, nacidos de su entrenamiento de baile profesional. <<No pienso sucumbir tan fácil como anoche, esta vez no>>, me endurezco al pensar eso. Trato de tomar el control, pero no me deja; me empuja con sus manos, su cara expresa picardía extrema, su media sonrisa lo dice todo. Salta de la bancada, se da la vuelta, con sus piernas abiertas, agachándose y mirándome por el hueco que dejan éstas; sonríe, haciendo un gesto con su dedo, “acércate”, indica éste. Mi respuesta es inmediata, arranco mi camiseta de un tirón, la embisto por atrás, introduciéndome de nuevo. La agarro del pelo, asomándome por el lateral de su cara, besando su mejilla con frenesí. Abre la boca de placer, gime fuerte, grita; sus manos apoyadas en el banco apenas pueden soportar la tremenda fuerza que le traspaso. Aun así, suelta una de ellas y se agarra de mi hombro, girando su cuerpo y su rostro, mirándome con esa cara que cualquier hombre tendría un orgasmo con tan sólo verla, agarro el pecho que asoma con mi mano libre. Eso hace que me excite y sienta que me voy, ella sigue gritando demasiado, me encanta. <<Es buen momento para terminar, es posible que terminemos juntos>>, pienso. Aumento la velocidad, se me escapan gemidos, cada vez más fuertes. Sus gritos podrían estar escuchándose desde Lima. Sus uñas se clavan en mi hombro, acerco su cabeza, tirando de su cabello. Cuatro espasmos profundos y cuatro gemidos fuertes brotan de mí; ella ha gritado tanto que el timbre de su voz ha tenido fallos. Los músculos se relajan, suelto su pelo, me poso sobre su espalda, besando con suavidad su omóplato; ella agacha la cabeza, dejando caer su melena, que roza el suelo. Permanecemos así varios segundos, el sudor corporal hace que de nuestros cuerpos brote vapor. Salgo de ella, apoyándome en la nevera. Se da la vuelta, agarrando un trozo de papel de cocina que usa para limpiarse un poco.


—Vaya, —dice—. Ha sido increíble, —me mira, dejando asomar una pequeña sonrisa; sus ojos brillan con especial vigor.


—Uf, —resoplo—. Sí… me encanta el sexo matutino, me he despejado.


—Voy al baño, cielo. Eres el mejor, —dice, antes de echar a correr hacia allí.


—Está bien, seguiré preparando el zumo, —contesto—. Me acerco al exprimidor, el olor a naranja parecía haber desaparecido, pero sigue ahí. Reanudo la tarea.


—Hola, naranjitas, os ha gustado el espectáculo, ¿eh? —digo desde mi mente, pensando que las naranjas me escuchan, como otras muchas veces. Sí, a veces me pongo a hablar con objetos o muebles, o lo que sea, por telepatía, es una forma de averiguar mi estado de ánimo, cuando lo hago, significa que estoy feliz, el problema es que nunca he encontrado respuesta por parte de ellos, aun así lo sigo haciendo muchas veces, no sé por qué, será como uno de esos misterios de la vida, como cuando desaparecen calcetines en la lavadora, o desaparece el ticket de ese producto que acabas de comprar y tienes que devolver porque no te convence… En fin.


Continúo exprimiendo, observando cómo va cayendo el delicioso  líquido por el orificio, huele tan bien. Escucho a Sara trasteando, eso me hace más feliz, si cabe. Pero pronto, vuelvo a la realidad; los trozos de Héctor, se interponen entre mis ojos y el exprimidor, como hombrecillos que vienen en formación militar, cantando: eres bobo, eres bobo, eres bobo… repetidas veces. Dejo de hacer zumo, una preocupación inmediata peregrina por todas las partes de mi cuerpo, esto no es normal. Me doy dos golpes en la cabeza, la visión desaparece, pero esto me hace plantearme el ir a un especialista de la psicología. <<Tal vez he sufrido algún tipo de trauma>>, pienso, confuso.


Voy al cuarto de baño, con mi vaso de zumo en la mano y masticando dos fresas. El vapor de agua asoma por la ranura de la puerta entreabierta. La empujo despacio. Se está duchando.


—Bonita, tengo que salir corriendo al funeral. No vengas si no quieres, —le digo—. Volveré lo antes posible, ¿vale?


—Cariño, ¿en serio no quieres que vaya? ¿O es por esa niña? ¿Cómo se llamaba…? ¿Paula?  Crees que puedo ser un estorbo, ¿verdad? Es eso.


—¿Otra vez con eso? No, lo digo por ti, para que no tengas que soportar estar en una situación así, —miento, tiene razón. Después del ataque de celos de Paula, no me fío de llevarla de nuevo, se puede montar alguna escena desagradable para olvidar, la niña es muy temperamental.


—¿Seguro?


—Sí… Quédate aquí si quieres, el desayuno lo tienes hecho, estás en tu casa, —le digo, vistiéndome con uno de mis trajes negros.


—Venga, está bien. Pero si necesitas algo, me llamas, ¿vale? Te esperaré aquí, mi príncipe, a que vuelvas a mimar a tu princesa.


—De acuerdo. Tienes ordenador, consola de juegos, películas… lo que quieras. Volveré pronto, —le digo, entrando en el baño, ya vestido, para peinarme y darle un beso de despedida. Ya ha salido de la ducha; compartimos espejo mientras me arreglo el pelo y ella se coloca la toalla de una forma espectacular en la cabeza, vaya técnica tiene para hacerlo.


—Tardaré lo menos posible, ¿vale? —y la beso en la mejilla. Para ella es poco y me planta un beso de tornillo que me deja estupefacto, pero al que no dejo de responder. Salgo, dejándola allí, en mis dominios, feliz por ese hecho, pero triste por el sitio a donde voy. 




No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.


José Lorente.