domingo, 26 de julio de 2015

El enviado de la muerte


—¿Quién eres tú?
Végano.
—¿Qué haces aquí?
He venido a matarte.
—¿A mí?
Sí, a ti.
—¿Por qué?
No lo sé, sólo sé que debo terminar con tu vida.
—¿Quién te manda?
No es asunto tuyo.
Sí, sí lo es. Se trata de mi vida y mi muerte.
Me envía la muerte en sí.
—¿Esa de la guadaña?
Sí, esa misma.
—¿Y por qué no ha venido ella?
Está enferma.
—¿Enferma? ¿De qué? No te creo.
Tiene fiebre. Ayer estuvo expuesta a bajas temperaturas.
—¿Dónde?
En el cielo, ¿dónde va a ser?
—¿Y por qué no bajó al infierno si sabe que en el cielo coge frío?
Porque en el infierno no puede entrar.
—¿No? ¿Por qué?
Porque yo no le dejo.
—¿Tú? Si sólo eres un mandado.
Sí, pero vivo en el infierno.
—¿Entonces mi muerte será cruel y estoy destinado al infierno?
Sí.
—¿Y por qué no lo has dicho antes?
No es asunto tuyo.
Sí lo es se trata del nuevo sitio donde voy a vivir. Al menos tendré que saber en qué condiciones.
Allí no hay condiciones.
Siempre hay condiciones, en todas partes.
Sólo una.
—¿Cuál?
Morir.
—¿Y por qué no lo has hecho ya?
Porque has preguntado.
Sí, pero podrías haberme matado sin dejar que preguntase tanto. ¿Te sientes solo?
No.
—¿Pues?
No es asunto tuyo.
Y vuelta con el asunto
Es que no es tu asunto.
—¿Cómo no?
No.
Sí.
No.
Sí, y punto.
No, y seguido.
Ah, ¿entonces no quieres matarme ya?
Sí, claro que quiero.
No como dices que «seguido». Eso quiere decir que seguimos hablando, yo te había dado la opción de matarme ya, dándote un «y punto».
—¿Y por qué ibas a querer morir?
No quiero morir, simplemente acepto mi destino. Has venido a matarme, ¿no? Entonces, ¿qué puedo hacer? ¿Lloro?
Es cierto, no puedes hacer nada, morirás igualmente.
—¿Ves? ¿Para qué discutes?
Eres tú el que discute.
—¿Yo? Si voy a morir, ¿para qué iba a querer discutir? ¿De qué serviría?
Es cierto, de nada.
Te contradices tú mismo.
—¿Yo? ¿Por qué?
—¿Ahora eres tú el que pregunta? ¿No habías venido a matarme?
Sí.
—¿Entonces?
Me siento solo.
—¿Ahora sí? ¿Antes no? ¿En qué quedamos? Te contradices.
No.
Sí.
No.
Sí, y punto.
—¿Entonces te mato ya?
—¿Por qué me lo preguntas?
Porque has dicho «y punto».
Ya, pero no he dicho «mátame».
—¿A qué juegas?
—¿A qué juegas tú, que has venido a matarme y no me matas?
Has dicho «y punto», no que te mate.
—¿Y eso qué tiene que ver?
No es lo mismo decir «y punto» que decir «mátame». Estás tergiversando las cosas.
El tergiversador eres tú; primero dices que no te sientes solo  y luego que sí. ¡Aclárate! Estoy empezando a cansarme de este juego.
No es un juego, he venido a matarte.
—¿Y a qué esperas?
—¿Entonces ya?
No sé, eres tú el que me ha de matar. Supongo que tendrás una hora límite, ¿no?
No.
Ah, entonces, ¿puedo vivir cuanto quiera?
No, tienes que morir hoy.
Luego dices que no tergiversas y no te contradices.
Yo no hago eso.
—¡¿Broma?!
No.
Pues no lo parece. A ver si terminas muriendo tú.
—¿Yo?
Sí, tú. No veo a nadie más por aquí.
—¡Claro! Qué estúpido soy.
Te creo.
—¿Te estás burlando de mí?
No, has sido tú mismo el que te has llamado estúpido a ti mismo.
Es verdad, disculpa.
—¡Vaya asesinos envía la muerte!
—¿Qué, qué?
No, no digo nada
Sí, has dicho «vaya asesinos», te referías a mí.
Si te has dado por aludido no es mi problema.
Sí, sí es tu problema.
—¿Ahora sí es mi problema? ¿No dijiste que no era asunto mío?
Sí, pero esto sí.
No veo más asuntos que el de que me tienes que matar, y ese dijiste que no era asunto mío.
No tergiverses.
—¡Y vuelta! ¡Mátame ya!
—¿Ya, en serio?
—¿Tengo cara de estar bromeando?
No.
—¿Pues?
De acuerdo. ¿Preparado?
Sí.
Vale. Te mato, ¿eh?
Te echaré de menos.
Yo a ti también.
—¿A qué esperas?
—¡No puedo hacerlo!
—¡Vaya asesinos envía la muerte!
—¿Otra vez? Conseguirás que quiera matarte.
Debes hacerlo de todos modos, ¿no?
Sí.
Pues venga, no tengo todo el día.
Vale. Pero luego no te quejes.
—¿Cómo voy a quejarme si estaré muerto?
Es verdad, ¡muere!
Y murió, no sin antes dejar una nota a su madre, dándole las gracias por haberle cuidado durante todos esos meses que estuvo afectado por la esquizofrenia más aguda.







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