miércoles, 30 de octubre de 2013

TRECE

Una luz dorada incidió en sus párpados, tentándole a descubrir sus ojos; al abrirlos, pudo distinguir en el techo de esa habitación, el número trece, grande, con letra nítida y elegante. La mencionada luz nacía del interior del número. Esmeralda se quedó pasmada y aterrorizada. No sabía dónde ni por qué estaba ahí. En su memoria comenzaron a florecer recuerdos de experiencias que, desde hacía unos días, habían tenido lugar en su vida, con referencia a ese número.




Todo comenzó una bella mañana de otoño. Ella estaba regando las plantas de su jardín, como era habitual cada mañana. El teléfono móvil sonó en el interior de la casa y Esmeralda corrió a cogerlo. La llamada entrante era por parte de un número sin identificar, al descolgar, silencio; un silencio vacío, inquietante. La llamada se cortó poco después y en la pantalla del móvil sólo quedó la hora; las 10:13. No le dio demasiada importancia, pero sí se le quedó grabada esa hora en la mente; era muy supersticiosa y según la gente en general, ese número, el trece, da mala suerte. Siguió con sus tareas habituales durante todo el día, pero no fue un día como los demás, la misma llamada se repitió otras dos veces; a las 16:13 y a las 21:13 horas. A Esmeralda no le hacía ninguna gracia pensar en el hecho de que alguien le estuviese gastando una broma pesada, sabiendo su debilidad supersticiosa. Llamó a las personas que podían haber pensado en hacer algo así y se dio cuenta de que nadie lo había hecho, entonces, ¿quién podía estar llamándola desde un terminal con el número oculto y siempre a los trece minutos de una determinada hora? No tenía ni idea, pero ese hecho le erizaba el bello de todo su cuerpo cada vez que lo pensaba. Su marido, Jorge, conocedor del gran temor que sentía ella por sus supersticiones, trató de consolarla restando importancia a ese

domingo, 27 de octubre de 2013

Perfume. Capítulo 15

Andamos hasta donde está aparcado el coche, el camino se hace ameno porque vamos todo el tiempo tonteando el uno con el otro. Noto el alcohol bastante afincado en mi cuerpo, pero es una borrachera alegre. A ella también se le nota bastante afectada, cuando está así, se desmelena demasiado.


Aunque, eso a mí hoy, puede que me beneficie.


Llegamos al coche, antes de montar le digo:


—¿Estás segura que estás bien para poder conducir?


—Sí, no te apures. No voy tan borracha.


—Pues yo sí que voy, y bastante, ¿por qué no cogemos un taxi?


—¡Que no! Te he dicho que voy bien, ¿acaso no te fías de mí?


Me quedo mirándola, pensando en la última vez que fui con ella así en su coche, no pasó nada, pero hubo un momento puntual en que subió medio coche por encima de una rotonda, <<¡qué demonios! Si tengo que morir hoy es porque es mi momento>>, pienso, abriendo la puerta del BMW.


Ella está arrancando, salimos y topamos con un camión de la basura que hace que nos detengamos. Estoy mirando atentamente cómo hacen su trabajo los de la basura cuando noto la mano de Sandra en la parte interior de mi muslo izquierdo, presionándome fuerte. Giro mi cara hacia ella, está riéndose, mirando al frente, sólo aprieta y frota, acercándose a mis partes íntimas.


—Pues para estar decidiendo todavía si vas a tener algo conmigo hoy, se te ve muy lanzada, ¿no? —Digo sonriendo, colocando mi mano sobre la suya y presionando un poco más. Entonces me mira y, ¡zas! Se lanza hacia mí, comienza a besarme el cuello, llega a mi oreja y utiliza su lengua para ocupar cada rincón de ésta; su mano aprieta un poco más mi muslo, sus dientes apresan mi oído con delicadeza y arrastra su lengua por mi cara hasta terminar dándome un gran beso en la comisura de los labios, al que respondo sin pensar.


—Hace rato que había decidido hacérmelo contigo hoy, creo que después de abrir la segunda botella de vino, —me dice, mirándome con deseo y moviendo la palanca de cambio del coche para salir.


—Ya lo sabía, muñeca. ¿Acaso crees que soy tonto, o qué? Sé perfectamente cuando una mujer me mira con deseo y cuando no. Aunque… bueno, realmente, uno nunca sabe si está en lo cierto, sois tan raras a veces, —replico, besando mi dedo índice y llevándolo hasta su boca al mismo tiempo que hago un sonido de silencio—. ¡Shh! No digas nada más, deja que el tiempo nos lleve por dónde quiera, vamos a disfrutar de este día que tenemos, lo que tenga que venir, vendrá. Sube la música y vamos al Night Jazz, leí anoche en Facebook, que hoy toca un músico muy bueno, te gustará.


—¡Oh! Me encanta el jazz, ese sitio es la hostia, tío. También sirven unas copas muy ricas. Escucha este tema, no tiene desperdicio, —contesta, dando volumen a la radio.


Suena una canción que conozco bien, La vie en rose, de Louis Armstrong. Siempre sonaba en los viajes que hacía con mi padre a cualquier sitio. Qué gran canción.


—Qué buen gusto musical tienes, amiga. La verdad, es un clásico de clásicos, de los buenos, sí.


—Pues claro. Conozco esta canción desde hace mucho, mi tía Roberta era fan de ese tío, siempre que iba a su casa, estaba escuchándolo con su copa de whisky en una mano y el cigarro en otra, mientras mi tío daba de comer a las gallinas. Qué tiempos aquellos. Ay, mi tía, no podía durar mucho con esa vida que se pegaba de viciosa.


—¿Murió?


—Sí. Hace cuatro años.


—Cáncer por fumar o algún problema de hígado por beber, ¿no?


—No, la atropelló un camión que se salió de la carretera y fue a parar al huerto donde se encontraba trabajando.


—Pues eso sí que es mala pata, ¿eh?


—Sí, bueno. Supongo que era su momento. A todos nos llega alguna vez. Mírala, bebiendo y fumando como una cosaca toda su vida, y va, y un buen día, recogiendo el trigo, se la lleva un camión de cerdos.


—Vaya, lo siento.


—La vida es así, querido. Mira, un sitio para aparcar. ¿Crees que cabe?


—Sí, creo que viene justo, pero entra, seguro. ¿Quieres que salga y te guie?


—No, da igual, me las arreglaré, gracias. Que porque seas hombre, no lo vas a hacer mejor que yo, ¿eh?


—Bueno, creo que discrepo levemente ante esa opinión, pero dejémoslo, ¡aparca de una vez!


Salimos del coche, entre unas cosas y otras son casi las seis de la tarde, las luces de la ciudad llevan encendidas un rato y la luz del día sólo se intuye en un pequeño resplandor azul oscuro, que asoma por encima de los edificios del oeste. Caminamos unos trescientos metros por las calles del centro hasta llegar al Night Jazz, ese local de temática musical jazz en directo, al que acudo muchas veces. La fachada es colorida y llamativa, con un cartel de luminosos fluorescentes intermitentes de color amarillo, que dan forma a una silueta de un músico de jazz tocando un saxo, del que sale el nombre del local con letra clásica. Cuesta un poco abrir las puertas por el acondicionamiento de insonorización que tiene el sitio, una vez se abren, te golpea esa música que te llena el alma, que te invita a pasar y tomar asiento acompañado de una buena copa, en uno de sus butacones de corte antiguo con tapizado color rojo de poli piel y estructura en acabados dorados.


Entramos, un camarero negro, vestido con traje blanco y con aspecto de músico, nos invita a quitarnos las americanas; se las entregamos y las cuelga en un perchero cercano a la puerta. Después, nos señala una mesa vacía cercana al escenario donde está tocando ese músico con los ojos cerrados y emocionado, viviendo la música que está creando. Sandra me coge por el lateral de mi cuello y pasea su mano hasta mi nuca, me planta un beso sensual en la mejilla y me dice:


—Eres el hombre perfecto. Ojalá pudiera tenerte para mí.


Me quedo mirándola sonriendo y contesto:


—¿Qué dices, tonta? Los dos sabemos que no funcionaría.


Nunca me ha dicho algo así, lo ha dejado caer con la convicción y sinceridad de una persona cuando está bajo los efectos del alcohol.


—Venga, cielo. Sabes que me deseas más que a ninguna, yo también a ti, conmigo serás feliz, ya verás, sólo deja que te lo demuestre, —agrega, mirándome fijamente con ojos de borracha.


Me pongo serio, está hablando sin bromear. De repente, la música del local parece haberse esfumado, sólo estoy yo y mi pensamiento más profundo. <<Se está declarando, me está diciendo cosas que nunca me ha dicho. La verdad, es una gran mujer pero, ya sé lo que quiere en su vida y eso no soy yo, no tengo lo que ella busca ni ella lo que busco yo, pero es que, está tan buena, ¿cómo puedes estar rechazando a una mujer así? Pensándolo bien, tiene muchas cosas positivas para ti, pero… no, no, no, ¡qué va!>>. —Otra de mis voces interiores irrumpe en la conversación soltando un nombre, nada más—, <<Sara>>, —dice—, <<Sara>>, otra vez. La música vuelve al instante, Sandra sigue hablándome cosas que ni siquiera escucho y mi cabeza sólo puede ordenar a mi mano que saque el móvil del bolsillo. Miro la pantalla y descubro que tengo siete mensajes de Sara.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.

miércoles, 23 de octubre de 2013

La más hermosa

En un jardín cualquiera, de una casa cualquiera, de cualquier barrio, se podía escuchar:


—Me elegirá a mí, aunque tu pelo sea rojo y frondoso, se quedará conmigo, —decía la de pelo blanco y cara amarilla.


—De eso, nada. No sabes lo que hablas. No puedes comparar tu belleza con la mía, además, soy la que más amor reparte siempre, —contestó la pelirroja.


—¡Callaos las dos! No sabéis nada de él. Siempre que viene se queda mirándome un buen rato, me toca, me acaricia y me huele. ¿Acaso no lo veis? —Espetó la de pelo amarillo con aires de superioridad.


—No sois conscientes de la realidad. Él nos quiere a todas, a veces estamos más guapas y a veces menos, pero nos mima a todas por igual, es difícil saber por quién se decantará al final, —agregó la de pelo morado que era la más sensata de todas.


Poco después, el jardinero llegó, sacó sus tijeras de poda y se las llevó a todas, formando un precioso ramo de flores con una margarita, una rosa roja, un gladiolo amarillo y un tulipán morado para entregárselo a su amada, que acababa de dar a luz.


domingo, 20 de octubre de 2013

Perfume. Capítulo 14

Miro a Sandra, ella habla con el teléfono, su cara es un poema de amor.


—Hola, Carlos. Precisamente ahora, estaba pensando en escribirte. ¿Cómo estás? —Continúa Sandra, sin poder borrar la sonrisa de su rostro.


Yo, mientras tanto, deleito mi olfato, colocando mi nariz por encima de la copa mientras le doy unas vueltas al vino, luego, riego mi paladar con esta bebida tan deliciosa, que se expande por mi boca, dejando tonos almizclados a madera vieja y ciruelas, con una terminación seca que se vierte en mi garganta, provocando carraspera placentera.


—¿Cómo? ¿U… una cosa para mí? Pero, ¿por qué te has molestado? —Dice ella, sorprendida.


Levanto la mirada al escuchar eso, ningún hombre en su sano juicio, compra un detalle a una mujer antes de unas cuantas citas, pero, <<quizá, éste la quiera desde niño y quiera seducirla desde el primer momento>>, debato dentro de mí, clavando mis ojos en el escote de Sandra. Aunque no la desee siempre, pocas veces puedo evitar dirigir mi mirada a esa zona, es un paisaje tan hermoso.


—Ah. ¿Cómo que una cosa mía de cuando éramos niños? ¿Qué es? No recuerdo que tuvieras nada mío, —dice ella, fisgoneando inconscientemente, deseosa de saber más.


La miro a la cara al escuchar eso y ella me sonríe mostrando una gran felicidad por el detalle que está exponiendo Carlos. <<Vaya, resulta que es un romántico y guarda algo suyo desde hace tantos años, al final será eso, un tío perfecto para ella>>, sigo deliberando en mis adentros.


—¿Cómo? Eso no puede ser. Es verdad, no me acordaba. Pero, ¿cómo puedes tenerla aún, después de tanto tiempo? Es increíble, —prosigue su conversación con el que, para mí, es un completo extraño, al que empiezo a coger cierto aprecio por tratar tan bien a mi compañera y amiga pero, no lo conozco, quizá es otro de esos mamones a los que les gusta jugar con los sentimientos de las chicas, no lo sé, ya le conoceré.


—Claro que podemos vernos. Mañana, genial. Tengo el día libre, me muero de ganas de volver a ver a Chip, no lo puedo creer. Bueno, también tengo ganas de verte a ti de nuevo, eres tan bueno, conservando a la tortuguita que encontramos aquel día… Bueno, mañana te veo, besos, Carlos, adiós.


Cuelga el móvil y con él todavía en la mano, me mira con una expresión tan alegre, que se le estira toda la piel de la cara hacia atrás. Me dice:


—¿Tú te has dado cuenta de lo que acaba de pasar, amigo?


—Pues, claro. Cuando ibas a escribirle, se ha adelantado, llamándote, para decirte que aún tiene la tortuga que encontrasteis un día, ¿no?


—Sí, pero es que… esa tortuga la tuve casi desde que nací y se escapó de mi jardín. Pasaron meses y la encontró él aquel día, mientras estábamos juntos jugando en el lago. Chip era muy especial para mí, la reconocimos porque tenía un corazón negro dibujado en una de las escamas de su caparazón.


—Y si era tan especial, ¿por qué no volviste a llevártela tú? ¿Por qué se la quedó él?


—Pues porque a mi madre no le gustaba nada Chip; siempre decía: “¡Quitar esa cosa de mi vista!”. Fue un regalo de mi padre a los pocos meses de nacer yo. Utilizó el pretexto de “regalo” para poder meterla en casa; a él le encantan todos los bichos. Entonces mi madre, cuando volví aquel día con Chip, ya no la aceptó de nuevo en la familia al haberse acostumbrado a vivir sin ella. No sabes cuántas veces he recordado a esa pequeña. Pasaba horas mirando cómo comía o cómo tomaba el sol en mi jardín. Y ahora, mira, resulta que Carlos viene acompañado por ella. ¿Cómo no recordé que se la quedó él? Ciertas lagunas existenciales de la niñez habitan en mi cabeza, Maxi, supongo que a todos nos pasa, ¿no?


—Sí, yo también he olvidado muchas cosas de cuando era niño, pero, realmente no se olvidan, se quedan ahí, en los almacenes cerrados de recuerdos, esperando a que alguien o algo los abra y volvamos a verlos con claridad; ahí tienes la prueba de ello. Definitivamente, ese tal Carlos, es tu hombre, no lo dudes y a por él, pero hoy… hoy, tomémonos este vino y disfrutemos de nuestros éxitos, querida, —le digo, alzando mi copa hacia ella, esperando ese brindis que tan buenas sensaciones respalda.


—Sí. ¡Bien dicho, cariño! ¡Por nosotros, por Sara, Carlos y Anthony Hopkins!


—Y su traductor con cara de Gepeto, —añado, chocando mi copa contra la de ella y sonriendo intensamente.


Bebemos y bebemos, hasta que dos camareros nos traen los platos que hemos elegido. Sus ñoqui, tienen una pinta estupenda y me hace pensar que quizá, tenía que habérmelos pedido yo también. No le doy mayor importancia porque mi pizza estará tremendamente buena, eso seguro, viniendo de Toni, todo está muy rico. Comemos, reímos y brindamos, disfrutando de este día tan completo. Cuando queremos darnos cuenta, son las cinco de la tarde, nos hemos bebido dos botellas de vino y estamos pensando en pedir otra más. El mareo es significativo en mi mente, pero al ser vino, es una embriaguez alegre, dinámica y dicharachera. No paramos de decir tonterías y de halagarnos mutuamente.


—Sandra, amor. Tienes que perdonarme pero, siempre te miro las tetas; las tienes tan ricas. Me encantan.


—Ya lo sé, ¿crees que no me doy cuenta? Pero bueno, he de confesarte, que me encanta que las mires de esa manera, hace que me sienta sexy, deseada, también consigues que quiera follarte.


—¿Qué me dices? Pues a partir de ahora te las miraré más a menudo, cuando me hables, verás que miro hacia abajo descaradamente, mira, así, —contesto, acercando mi cara a su busto peligrosamente. La tensión sexual se deja ver en el aire y ella, mientras me estoy acercando, agarra mi cabeza por detrás y comienza a frotarme el pelo con sus dedos. Percibo la intención de esa caricia y no puedo evitar notar una leve erección al pensar en lo que puede pasar.


—Te gustan, ¿eh? Pues… puede que las disfrutes hoy, no lo sé, me lo estoy pensando aún, —replica ella, agarrando mi pelo y guiando mi cara hacia la de ella, aprovechando para darme un beso lento y húmedo en mi sien derecha y apartándome de un pequeño empujón, para después mirarme sensualmente.


—Pues no lo pienses tanto, que a mí ya me ha subido la temperatura y no sólo por este vino tan cabezón, —agrego mientras me hago el interesante, tomando el poco vino que queda en la copa.


—No pidamos otra botella más. Vayámonos a tomar una copa de verdad, ¿te parece?


—Sí, estaba pensando en decirte lo mismo. Vámonos ya. Deja que pague yo la comida. Luego me invitas a una copa y listo, ¿de acuerdo?


—Me parece bien.


Levanto la mano y pido al camarero que se acerque.


—La cuenta, por favor, —le digo.


Aparece poco después con el plato donde deposito mi dinero y dejo una propina de diez euros. Al fin y al cabo, Toni es mi amigo. Cojo a Sandra de la mano, la ayudo a levantarse y salimos de allí, dispuestos a ir a un bar de copas. El día está yendo fenomenal y esta chica tiene todo un arsenal de recursos que, quizá, sea la última vez que disfrute, por la aparición de Carlos y Sara en nuestras vidas.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.


miércoles, 16 de octubre de 2013

Recuerdos

Recuerdo cuando te vi por primera vez, Carola; tenías una cara angelical, tu pelo brillaba con destellos púrpuras adiamantados. Sólo teníamos 17 años, pero al verte, sentí que iba a quererte siempre. Los años han pasado y no pareces haber envejecido, tu pelo sigue destellando y tu cara enamorándome cada día más. Miles de emociones vividas y miles de experiencias han pasado por nuestra vida de dos. Llegó la niña y eso nos hizo vivir mucho más felices. Y ahora, con 90 años, me miras y me dices: —Viviana, mi vida no podría haber sido mejor sin ti.



martes, 15 de octubre de 2013

Entrevista a José Lorente por Alberto Berenguer de: De Lectura Obligada

Hola a todos, os dejo la reciente entrevista que me ha sido realizada desde el blog De Lectura Obligada por parte de Alberto Berenguer (Twitter: @tukoberenguer), un auténtico periodista y gran persona. Un repaso a todos mis trabajos realizados hasta el momento dónde doy a conocer datos de todos ellos y de los que están por llegar. Saludos a todos.


domingo, 13 de octubre de 2013

Perfume. Capítulo 13

Después de hora y media de negociaciones con Anthony y su traductor, conseguimos venderle el seguro, y no sólo eso, también conseguimos que prorrogue su estancia en el hotel por cuatro días más. Teniendo en cuenta, que su habitación cuesta ochocientos euros el día, y que, de esos, nos quedamos Sandra y yo el quince por ciento cada uno, más el cuarenta por ciento del total del precio del seguro, el negocio nos ha salido redondo y hemos decidido salir a celebrarlo, además, hoy es viernes, tenemos todo de cara y mucho que celebrar. Después de dejarnos todo el trabajo adelantado para el lunes, hemos hablado con nuestro jefe y nos ha dicho que nos podemos tomar el resto del día libre, que hemos cumplido con creces nuestros objetivos.


Salimos del hotel felices y bromeando por las caras que ponía el actor famoso al escuchar hablar a Sandra, en perfecto inglés, sobre los lugares turísticos de la ciudad. Al final el traductor personal del actor no hizo falta, se mantuvo en silencio durante toda la reunión.


Álex, el recepcionista, suelta otro de sus desafortunados comentarios al vernos salir.


—Qué bien viven algunos… la una y media y ya se van a casita. ¡Ay!


—Haberte dedicado a otra cosa, amigo, —le replica Sandra, que tampoco le hace mucho caso a ese pesado.


Yo, sonrío y añado:


—No la pongas furiosa, que te come, ¿eh? Es una fiera.


Aparta su mirada de nosotros, avergonzado por la contestación que se ha llevado por parte de mi compañera y agacha la cabeza.


—Eso, eso, trabaja un poco y quizá puedas ascender, —le susurro a Sandra, que me mira sonriendo, feliz, consciente de nuestro buen hacer hoy y de nuestro golpe de destino en forma de amor.


Voy pensando que iremos en su coche, ella nunca viene en metro, va a todas partes con su BMW Serie 3 descapotable color rojo, o con su scooter de ciento veinticinco centímetros cúbicos, color oro. No me equivoco demasiado y andamos dos manzanas hasta llegar a su coche de Barbie perfecta. Montamos, huele a ambientador de fresa. Es enero y hace bastante frío. Son casi las dos de la tarde, hemos hablado de ir a comer. Antes de arrancar me pregunta:


—¿Qué te apetece comer? ¿Dónde vamos?


—Pues, no sé. Tampoco es que tenga demasiada hambre pero, ¿por qué no vamos al restaurante de mi amigo Toni? Ya sabes las pizzas y pastas que hacen allí, y también sabes que tienen buenos vinos. A mí me apetece. ¿Qué dices?


—Yo estaba pensando en ir a un japonés. Pero tu idea me parece estupenda, nos beberemos un par de botellas, ¿no? Estamos de fiesta. Tengo ganas de marearme.


Doy una carcajada mientras la miro después de escuchar esa última frase. La última vez que la escuché de su boca, terminamos haciendo el camasutra en la habitación de su loft. Hace tiempo que no mantengo relaciones y no estaría mal follármela, hacerlo con ella es garantía de buen polvo.


—Como si queremos bebernos tres, —respondo siguiéndole la fiesta y enfocando mis pensamientos en apagar mi sed de sexo.


—Eres un cabronazo. No esperaba otra respuesta viniendo de ti. Qué pena que no seamos del todo compatibles, si no, ya tendríamos hijos, al menos.


—¡No jodas! Déjate de hijos, por ahora. No sé si estaría preparado para ser padre.


—Yo sí, sólo me falta el marido, —contesta seguida de una inmensa carcajada irónica, que esconde las ganas que tiene de sentar su vida sentimental—. Y tú, seguro que también, no seas tonto, mírate, lo tienes todo.


—Bueno, eso de “todo”, es bastante relativo. Según los ojos que te miren. Está visto que tú me miras bien.


—¿Y qué me dices de todas esas niñas que llevas detrás, que no paran de enviarte mensajes ni de llamarte? Tantas no podemos equivocarnos mucho, ¿eh?


—Bueno, quizá son chicas a las que les gusta un tipo de hombre como yo, nada más.


—¿Y Sara? ¿Acaso crees que ha sido casualidad, que de toda la gente que había en el metro, te pidiera el favor a ti? ¡Venga, hombre! Que eres un partidazo y ya está, reconócelo, por favor, déjate de tanta humildad, saca tu lado salvaje y oscuro de una vez. Sé que lo tienes.


—Bueno, Sandra, querida. Si tú piensas que soy todo eso, perfecto, me halagas mucho, pero yo tengo un concepto diferente de mí mismo y de todas las cosas que engloban a la atracción física y sexual.


—¡Ay! Ya estamos. Cómo eres, ¿eh? Nunca lograré que te comportes como un auténtico cabronazo, no lo eres. Desistiré en mi empeño por conseguirlo.


—No, no lo soy, cariño. Y si lo sabes, ¿por qué vuelves a intentarlo una y otra vez?


—No sé, supongo que será porque eres el único tío que he conocido en mi vida, que no es un cabrón por naturaleza. Bueno, exceptuando a Carlos que, mira qué casualidad, ahora lo tengo en mi lista de whats. ¿No es increíble?


—Sí lo es, sí. Quizá él no haya cambiado y siga sin ser un gilipollas, ¿quién sabe?


—Sí, no lo sé, pero pronto lo iremos descubriendo. En cuanto lleguemos al restaurante pienso escribirle algo. No sé por qué, pero hay algo que me empuja a querer verlo de nuevo, bueno, eso sin contar el cuerpazo y la cara que tiene… ¡Dios, qué bueno está!


—Claro, escríbele y ponle que quieres follártelo, —contesto, bromeando, con una fuerte carcajada. Ella me mira seriamente durante un instante y después ríe conmigo del mismo modo.


—No serás un crabrón, pero bromitas, te las sabes todas, idiota.


—Ya me conoces. Ahí tenías un sitio para aparcar. Da la vuelta. El restaurante queda cercano.


Aparcamos y entramos en el sitio. Una música relajada de violines ambienta la sala. Cortinas rojas con borlas doradas cubren los ventanales y varios camareros vigilan el local. Sólo tienen tres mesas ocupadas, está muy tranquilo y, al reconocerme, nos llevan a una zona un poco más vanguardista que hay para clientes VIP. Nos sentamos y pedimos. Yo una pizza especial “Toni” y ella, unos ñoqui con setas al pesto. Una botella de rioja Montecillo, reserva del noventa y seis, y una tapa de quesos de cabra combinados con mermeladas dulces cierran el pedido. La comida promete ser deliciosa, como siempre. Cuando viene el camarero y nos sirve el vino, Sandra me dice:


—Ostras, con el hambre se me había olvidado escribir a Carlos, voy a ello, disculpa.


—Claro, mujer.


Saca su móvil del bolso y cuando comienza a trastearlo, la melodía que tiene por tono de llamada se activa. Sonríe y me muestra la pantalla, en la que pone:


 Carlos Barrameda


 CONTESTAR  RECHAZAR


La miro haciendo un gesto de “adelante, cógelo, la vida es así de sorprendente” y sonrío. Contesta con un “¿sí?” en tono interesante. Yo, cojo la copa de vino y disfruto de lo que voy a escuchar.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.