domingo, 6 de octubre de 2013

Perfume. Capítulo 12

…—Iba caminando hacia casa, cuando me crucé con un tío que estaba tan bueno, que no pude evitar mirarle fijamente a los ojos al pasar a mi lado, comprobando que él también me miraba a mí. No sé qué pasó, no lo suelo hacer nunca, pero sonreímos los dos como si tuviéramos una alianza común, un plan entre ambos. Seguí adelante sin hacer demasiado caso, pero extrañada por esa sensación que me asaltó, cuando el chico se giró y me dijo:


—¡Sandra! ¿No me has reconocido, o qué?


Yo me giré, pasmada, me quedé mirándolo con media sonrisa en la boca, el ceño medio fruncido y le dije:
—No. ¿Eres…? —Mi cabeza intentaba recordar.


—Soy Carlos. Carlos Barrameda, ¿recuerdas? Fuimos novios de niños. Te cogía de la mano todas las tardes y nos íbamos al pequeño estanque con patos que hay en nuestro pueblo.


—¿Carlos? ¿En serio? No puede ser. Pero si… Vaya, cómo has cambiado. Jamás te hubiese reconocido, —respondí, colocando mi mano en la frente mientras un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar aquellos momentos.


—Sí. Por aquel entonces llevaba ortodoncia y gafas de culo de vaso. Por no hablar de mi problema de acné. Pero bueno, esas cosas se arreglan con el tiempo. Nada que ver con ahora.


—No, no hace falta que lo digas. Se te ve muy bien. Pero, dime. ¿Qué es de tu vida? No te veo desde… bueno, teníamos unos seis años cuando jugábamos a ser novios. Luego tú te viniste a la ciudad y no volviste más. Después me fui yo y tampoco he vuelto mucho por allí.  Nunca he sabido más de ti.


—Sí. Mis padres montaron un negocio aquí, el cual dirijo yo ahora. El tiempo pasa muy rápido. Al pueblo he ido en un par de ocasiones. Aunque no lo creas, lo más bonito que recuerdo de allí eres tú. Volví al estanque y el tiempo pareció transportarme a esos momentos que pasábamos allí. Siempre me decías: <<cuando sea mayor tendré mi propia tienda de ropa donde venderé mis diseños de moda>>. Lo recuerdo como si fuese ayer y ahora mírate, tienes pinta de hacer lo que querías. Estás muy guapa, mejor de cómo te recordaba.


—Sí, sí. Bueno, no tengo mis propios diseños, pero trabajo con diseñadores de vez en cuando, conozco a varios. Tú siempre decías que me ibas a querer siempre. Lo repetías constantemente, —contesté, emocionada al recordar aquellos bonitos momentos de mi vida que casi había olvidado.


—Y así es, Sandra. Jamás me he olvidado de ti. Siempre he tenido la esperanza de encontrarte de nuevo y parece que ese momento ha llegado. Esto es impresionante, —contestó él, queriendo esconder la sonrisa sin éxito.


—Pero, ¿qué dices, hombre? Con lo guapo que estás, habrás tenido y tendrás a todas las chicas que quieras. No seas tonto, —repliqué mientras observaba al detalle al morenazo de ojos azules, barba de tres días, pelo liso y bien peinado, rasgos bien definidos y marcados que tenía delante.


—Sí, es cierto. No he tenido problemas para ligar, pero, la verdad que, parece una tontería, pero la chica que más cosas me ha transmitido en esta vida has sido tú, aunque fuésemos niños. Te mentiría si te dijera otra cosa, Sandra.


—Vaya, Carlitos. Eso me está halagando demasiado. ¿Por qué no quedamos otro día y hablamos más tranquilos? Esto debe ser cosa del destino.


—No podría irme de aquí sin tu número de móvil. No sabes las veces que he maldecido no tenerlo. Por favor, no hay cosa que quiera más que quedar contigo. Es perfecto. Apunta.


—Y yo, ni corta ni perezosa saqué mi móvil, lo apunté y compartimos un “hola” por whats. Luego, nos despedimos, que yo tenía prisa y él también. Tío, ese chaval está cañón y encima, parece que está enamorado de mí. Era tan tierno de niño. Era feísimo, pero a mí me gustaba cómo me trataba. Como siga igual de bien me lo quedo para mí. La verdad que yo tampoco lo había olvidado del todo. Ningún hombre me ha tratado con la delicadeza que me trató él, aunque fuésemos niños. ¿No es increíble? La vida a veces te da unas sorpresas…


—Y tanto, amiga, —contesto mirándola después de soltar una enorme carcajada.


—¿Qué te hace tanta gracia? Imbécil. Es algo bonito y tú te ríes. ¿Así cómo quieres que esa tía del metro se fije en ti? Eres un insensible, —contesta, un poco enfadada y desconocedora de los hechos que han tenido lugar hoy con Sara, la dulce y femenina Sara.


—No me río de lo que te pasó ni de lo ñoña que te has puesto al hablar de él, que te has puesto así, tontita. Me ha hecho gracia la frase que has dicho de, “la vida te da unas sorpresas a veces”. Y es que esa frase la he pensado yo hace un rato porque tú tampoco sabes lo que me ha pasado hoy, amiga.


—No, ¿qué? No me digas que también has ligado.


—Mucho mejor que eso, Sandra. Es que, ¿sabes quién ha necesitado mi ayuda esta mañana en el metro?


—¡No…! ¿Ella? —contesta, refiriéndose a Sara, por ser tantas las veces que le he hablado de mis extraños sentimientos hacia ella.


—Sí, hija, sí. Verás, estaba yo sentado tan tranquilo con ella a mi lado cuando me pidió el móvil para llamar y… —le cuento todo al detalle.


—Dios, eso es increíble. Parece que se ha conjugado el destino para nosotros dos desde ayer hasta hoy. Pero, no la habrás besado ya, ¿no?


—No, no. Faltó poco, pero nos contuvimos los dos.


—Lo digo porque eso a nosotras no nos gusta mucho, ¿eh? Aunque, ¿qué te voy a explicar a ti, galán?, que eres un seductor de primera. No te costó mucho llevarme a la cama, bandido, y eso que yo no soy una chica fácil.


—Bueno, eso da igual. Ya sabes lo que esa chica ha conseguido en mí. No pienso ir de listo con ella ni hacerle daño, todo lo contrario, quiero ir poco a poco.


—Más te vale, que con treinta y dos años que tienes, ya te toca sentarte con una y dejar de jugar con todas las niñas que tienes locas detrás.


—Sí, me apetece ya quedarme con una sola. Y no digas que juego con nadie, sabes que no es así. Nunca hago nada que ellas no quieran. Si luego se toman mal que no las vuelva a llamar es asunto suyo.


—Bueno, yo sólo te aviso, como amiga. Puedes coger mis consejos o no, al final siempre haces lo que te viene en gana, cabrón.


—Sí, te agradezco todos los consejos que me has dado desde una perspectiva femenina, siempre aprendo algo nuevo contigo, eres tan inteligente, y guapa… —contesto con una sonrisa picarona en mis labios.


—¿Qué voy a hacer contigo? Nunca cambiarás, pájaro.


—Es mi naturaleza, ya lo sabes, preciosa.


El representante del actor famoso al que esperamos entra en la sala, interrumpiendo nuestra interesante conversación, detrás le sigue él, el anciano Anthony Hopkins que, es exactamente igual que en las películas, sólo que aquí parece un poco más viejo, si cabe. Nos saludan y toman asiento en los butacones contiguos al mío. Exponemos los puntos a tratar y comenzamos nuestra jornada laboral.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario