domingo, 16 de febrero de 2014

Perfume. Capítulo 31



Llego al tanatorio, voy en busca de Paula, Concha y Ramón. Mientras esquivo personas para llegar, una mano me coge el antebrazo, me giro; es Luan, acompañado por Zaira. Luan es amigo del grupo desde la infancia, pero traicionó a Héctor, trató de conquistar a la que era su novia, y lo consiguió, es ella, Zaira. Hacía tiempo que no sabía de ellos, tampoco me interesaba. Ahora están aquí, no logro entenderlo, sus caras rebosan culpabilidad y arrepentimiento. Luan se abalanza sobre mí, dándome un abrazo al que no correspondo, Zaira me da una caricia en el hombro, la miro, con más odio que comprensión.


—¿Qué hacéis aquí? —Digo, con tono serio.


—Nunca hemos dejado de pensar en lo que sucedió, Max. Nos hemos enterado y hemos venido lo más rápido que hemos podido. Sabemos que lo hicimos mal, pero Héctor nunca ha desaparecido de nuestro recuerdo, Dios, nos hemos criado juntos. Se me cae la cara de vergüenza, pero no podía faltar a su despedida, ella tampoco.


—Aquí nadie os echa de menos, vuestra ausencia habría pasado desapercibida, al menos para mí. Suerte tenéis que su familia no sabe nada de lo ocurrido, haré como que no pasó nada, por respeto a ellos, pero no esperéis que os trate como si nada, el día que os descubrí, terminasteis para mí, los dos. Así que, desaparece de mi camino y no te acerques demasiado, ya tienes a tu novia, —mis ojos giran hacia Zaira, clavándose en ella, como dagas afiladas que quieren destriparla.


—Lo siento, Max, —dice Luan, agachando la cabeza. Ella ha evitado mi mirada, no es para menos.


No respondo, me doy la vuelta y desaparezco entre la gente, sigo mi búsqueda familiar.


Veo a Paula, está apoyada en el hombro de su madre, con la mirada perdida, ausente, sus ojeras están ennegrecidas. Concha lleva unas gafas de sol, y Ramón, está mirando el féretro. Hago un gesto de compasión con la cabeza. Paula me mira, se separa de su madre y se tira sobre mí, su llanto se desborda, mi olor siempre le recuerda a su hermano, usábamos el mismo perfume.


—Max… —sollozos bañan esa palabra—. Por favor, acompáñame fuera, necesito tomar el aire.


—Está bien, tranquila, vamos, —contesto, apoyando mi mano en su espalda y dándole paso.


Salimos a la calle, ella se aparta de la gente, se apoya en la pared y enciende un cigarrillo, sus manos tiemblan.


—Deberías dejar esa mierda, —le digo.


—Lo sé, —contesta sin mirar—. Lo estoy dejando, pero ahora mismo lo necesito.


—Ya. ¿Cómo te encuentras?


—Bueno… No he podido dormir. No sé lo que pasa, es una sensación muy extraña, Maxi. Ayer comía con mi hermano y hoy ya no está; no sé, supongo que es cuestión de hacerse a la idea.


—Sí, poco a poco. No te preocupes, era su momento, nadie podía esperarlo, tampoco podíamos evitarlo. Sólo nos queda guardarle en el recuerdo como la persona que fue.


—Sí, supongo que tienes razón, —una calada larga sigue a esa frase, sus ojos miran al cielo, enrojecidos, luego vuelven a los míos—. No ha venido, ¿verdad?


—¿Quién?


—Sabes perfectamente quién.


—No, no ha venido.


—Gracias. No lo hubiera soportado. Cuando todo esto acabe, voy a necesitarte, no sé si tu putita estará de acuerdo.


—No la llames así, no es ninguna puta. Y, déjalo ya, no es momento de hablar de esos temas. Sabes que me tienes para lo que te haga falta, pero por favor, no me tortures. Yo también lo estoy pasando fatal. Anoche entraron a robar a mi casa…


—¿Cómo? ¿Qué pasó? Lo siento.


—Cuando llegamos, después de estar aquí… —se lo cuento todo.


—Vaya… Lo siento mucho. ¿Has pensado que quizá ella tenga algo que ver?


—¿Sara? Por supuesto que no. No ha dejado de cuidarme desde que la conozco. Además, ella estaba aquí, conmigo.


—Por eso mismo, Max, verás… hay algo que no te he contado.


—¿El qué?


—Ya sabes lo mucho que te quería mi hermano, ¿no?


—Sí, claro, ¿por qué?


—Anoche, mirando su móvil, buscando sus últimas conversaciones, encontré algo que te incumbe.


—¿Cómo? —Frunzo el ceño.


—Sí, en tu conversación de whats app con mi hermano, había un mensaje escrito, pero sin enviar. No sé si no llegó a enviártelo porque en ese momento se mató, o simplemente se quedó sin cobertura y lo dejó ahí, esperando a tener conexión, no lo sé.


—Pero, ¿qué decía? ¿Adónde quieres llegar?


—Decía: Max, tenemos que hablar, hay algo importante que tienes que saber. Es sobre esa chica del metro con la que estás. He descubierto algo sobre ella. Por favor, ándate con ojo. Cuando puedas me llamas. Nunca llegó a enviártelo, no sé a qué se refiere, por eso te digo, que quizá ella tenga algo que ver, no sé qué pensar.


Al escuchar todo eso, de repente, los Héctors en miniatura que me vienen atormentando desde ayer, vuelven a hacer aparición. Esta vez, están todos en círculo, bebiendo cerveza y gritando: ¡Por Max! Sacudo mi cabeza, la visión desaparece. Paula está ahí, mirándome con inquietud.


—Pero, no sabemos a qué se refería tu hermano. Está claro que algo descubrió; algo que no parece ser bueno, pero puede ser cualquier cosa. Recuerdo cuando me dijo algo parecido de Romina, le puso tanto misterio, que consiguió que desconfiara de ella. Al final resultó ser, que la chica había estado en su pasado con un hombre adinerado, un futbolista famoso, nada más. Vete a saber lo que era esta vez. Ya te digo que Sara es una buena chica, no sé por qué desconfías de ella.


—Llámalo intuición femenina, cielo. Nada más. Ojalá me equivoque.


—Eso espero.


—Ten cuidado, ¿lo harás?


—Descuida.


—¿Cuidarás de mí en estos días?


—Haré todo lo posible, ya lo sabes.


—Bien, cielo, gracias, —tira el cigarrillo y se abalanza sobre mí, abrazándome de nuevo, es un abrazo más tierno, no tan dolido.


Volvemos dentro. El funeral transcurre, me encuentro con otros amigos a los que hace bastante que no veía. Todos están bastante afectados por la noticia. Héctor era un tipo que se ganaba el cariño y respeto de la gente que le conocía, exceptuando al maldito Luan, y su maldita Zaira, claro.


Termina el entierro, la gente se dispersa, yo me quedo hasta el final; hasta que sólo quedan familiares directos. Paula no se ha separado de mí, sus padres la sienten segura mientras está conmigo, en realidad, Ramón siempre me ha expresado lo contento que estaría de tenerme como novio de su hija; siempre he sido esquivo ante esas declaraciones. Concha, sin embargo, nunca me ha dicho nada, pero sé a la perfección, que no tiene secretos con su hija. Lo sabe todo.


Después de estar con la familia hasta el final, llega el momento de volver a casa. Me siento bastante mejor, voy de camino pensando en encontrarme a la perfectísima Sara en mi casa, como una princesa de un cuento todavía sin escribir; como esa muchacha inmejorable, que me rodea de felicidad.




No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.



No hay comentarios:

Publicar un comentario