domingo, 20 de octubre de 2013

Perfume. Capítulo 14

Miro a Sandra, ella habla con el teléfono, su cara es un poema de amor.


—Hola, Carlos. Precisamente ahora, estaba pensando en escribirte. ¿Cómo estás? —Continúa Sandra, sin poder borrar la sonrisa de su rostro.


Yo, mientras tanto, deleito mi olfato, colocando mi nariz por encima de la copa mientras le doy unas vueltas al vino, luego, riego mi paladar con esta bebida tan deliciosa, que se expande por mi boca, dejando tonos almizclados a madera vieja y ciruelas, con una terminación seca que se vierte en mi garganta, provocando carraspera placentera.


—¿Cómo? ¿U… una cosa para mí? Pero, ¿por qué te has molestado? —Dice ella, sorprendida.


Levanto la mirada al escuchar eso, ningún hombre en su sano juicio, compra un detalle a una mujer antes de unas cuantas citas, pero, <<quizá, éste la quiera desde niño y quiera seducirla desde el primer momento>>, debato dentro de mí, clavando mis ojos en el escote de Sandra. Aunque no la desee siempre, pocas veces puedo evitar dirigir mi mirada a esa zona, es un paisaje tan hermoso.


—Ah. ¿Cómo que una cosa mía de cuando éramos niños? ¿Qué es? No recuerdo que tuvieras nada mío, —dice ella, fisgoneando inconscientemente, deseosa de saber más.


La miro a la cara al escuchar eso y ella me sonríe mostrando una gran felicidad por el detalle que está exponiendo Carlos. <<Vaya, resulta que es un romántico y guarda algo suyo desde hace tantos años, al final será eso, un tío perfecto para ella>>, sigo deliberando en mis adentros.


—¿Cómo? Eso no puede ser. Es verdad, no me acordaba. Pero, ¿cómo puedes tenerla aún, después de tanto tiempo? Es increíble, —prosigue su conversación con el que, para mí, es un completo extraño, al que empiezo a coger cierto aprecio por tratar tan bien a mi compañera y amiga pero, no lo conozco, quizá es otro de esos mamones a los que les gusta jugar con los sentimientos de las chicas, no lo sé, ya le conoceré.


—Claro que podemos vernos. Mañana, genial. Tengo el día libre, me muero de ganas de volver a ver a Chip, no lo puedo creer. Bueno, también tengo ganas de verte a ti de nuevo, eres tan bueno, conservando a la tortuguita que encontramos aquel día… Bueno, mañana te veo, besos, Carlos, adiós.


Cuelga el móvil y con él todavía en la mano, me mira con una expresión tan alegre, que se le estira toda la piel de la cara hacia atrás. Me dice:


—¿Tú te has dado cuenta de lo que acaba de pasar, amigo?


—Pues, claro. Cuando ibas a escribirle, se ha adelantado, llamándote, para decirte que aún tiene la tortuga que encontrasteis un día, ¿no?


—Sí, pero es que… esa tortuga la tuve casi desde que nací y se escapó de mi jardín. Pasaron meses y la encontró él aquel día, mientras estábamos juntos jugando en el lago. Chip era muy especial para mí, la reconocimos porque tenía un corazón negro dibujado en una de las escamas de su caparazón.


—Y si era tan especial, ¿por qué no volviste a llevártela tú? ¿Por qué se la quedó él?


—Pues porque a mi madre no le gustaba nada Chip; siempre decía: “¡Quitar esa cosa de mi vista!”. Fue un regalo de mi padre a los pocos meses de nacer yo. Utilizó el pretexto de “regalo” para poder meterla en casa; a él le encantan todos los bichos. Entonces mi madre, cuando volví aquel día con Chip, ya no la aceptó de nuevo en la familia al haberse acostumbrado a vivir sin ella. No sabes cuántas veces he recordado a esa pequeña. Pasaba horas mirando cómo comía o cómo tomaba el sol en mi jardín. Y ahora, mira, resulta que Carlos viene acompañado por ella. ¿Cómo no recordé que se la quedó él? Ciertas lagunas existenciales de la niñez habitan en mi cabeza, Maxi, supongo que a todos nos pasa, ¿no?


—Sí, yo también he olvidado muchas cosas de cuando era niño, pero, realmente no se olvidan, se quedan ahí, en los almacenes cerrados de recuerdos, esperando a que alguien o algo los abra y volvamos a verlos con claridad; ahí tienes la prueba de ello. Definitivamente, ese tal Carlos, es tu hombre, no lo dudes y a por él, pero hoy… hoy, tomémonos este vino y disfrutemos de nuestros éxitos, querida, —le digo, alzando mi copa hacia ella, esperando ese brindis que tan buenas sensaciones respalda.


—Sí. ¡Bien dicho, cariño! ¡Por nosotros, por Sara, Carlos y Anthony Hopkins!


—Y su traductor con cara de Gepeto, —añado, chocando mi copa contra la de ella y sonriendo intensamente.


Bebemos y bebemos, hasta que dos camareros nos traen los platos que hemos elegido. Sus ñoqui, tienen una pinta estupenda y me hace pensar que quizá, tenía que habérmelos pedido yo también. No le doy mayor importancia porque mi pizza estará tremendamente buena, eso seguro, viniendo de Toni, todo está muy rico. Comemos, reímos y brindamos, disfrutando de este día tan completo. Cuando queremos darnos cuenta, son las cinco de la tarde, nos hemos bebido dos botellas de vino y estamos pensando en pedir otra más. El mareo es significativo en mi mente, pero al ser vino, es una embriaguez alegre, dinámica y dicharachera. No paramos de decir tonterías y de halagarnos mutuamente.


—Sandra, amor. Tienes que perdonarme pero, siempre te miro las tetas; las tienes tan ricas. Me encantan.


—Ya lo sé, ¿crees que no me doy cuenta? Pero bueno, he de confesarte, que me encanta que las mires de esa manera, hace que me sienta sexy, deseada, también consigues que quiera follarte.


—¿Qué me dices? Pues a partir de ahora te las miraré más a menudo, cuando me hables, verás que miro hacia abajo descaradamente, mira, así, —contesto, acercando mi cara a su busto peligrosamente. La tensión sexual se deja ver en el aire y ella, mientras me estoy acercando, agarra mi cabeza por detrás y comienza a frotarme el pelo con sus dedos. Percibo la intención de esa caricia y no puedo evitar notar una leve erección al pensar en lo que puede pasar.


—Te gustan, ¿eh? Pues… puede que las disfrutes hoy, no lo sé, me lo estoy pensando aún, —replica ella, agarrando mi pelo y guiando mi cara hacia la de ella, aprovechando para darme un beso lento y húmedo en mi sien derecha y apartándome de un pequeño empujón, para después mirarme sensualmente.


—Pues no lo pienses tanto, que a mí ya me ha subido la temperatura y no sólo por este vino tan cabezón, —agrego mientras me hago el interesante, tomando el poco vino que queda en la copa.


—No pidamos otra botella más. Vayámonos a tomar una copa de verdad, ¿te parece?


—Sí, estaba pensando en decirte lo mismo. Vámonos ya. Deja que pague yo la comida. Luego me invitas a una copa y listo, ¿de acuerdo?


—Me parece bien.


Levanto la mano y pido al camarero que se acerque.


—La cuenta, por favor, —le digo.


Aparece poco después con el plato donde deposito mi dinero y dejo una propina de diez euros. Al fin y al cabo, Toni es mi amigo. Cojo a Sandra de la mano, la ayudo a levantarse y salimos de allí, dispuestos a ir a un bar de copas. El día está yendo fenomenal y esta chica tiene todo un arsenal de recursos que, quizá, sea la última vez que disfrute, por la aparición de Carlos y Sara en nuestras vidas.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario